El Enrique Henry Ford que vivió y murió en San Pedro con el mismo nombre que el de Detroit
La historia que cuenta uno de los integrantes del Grupo Amigos del Patrimonio Cultural describe al herrero que descansa en una de las tumbas más antiguas del Cementerio de San Pedro.
ESTA PUBLICACION Y SU FOTO PERTENECEN AL MURO DE FACEBOOK DE LOS AMIGOS DEL PATRIMONIO CULTURAL DE SAN PEDRO
40 años atrás, publiqué en El Imparcial la historia de un tal Enrique Ford, en base a datos aportados por Américo Piccagli. Aunque ahora ni loco me pongo a buscarlo: prefiero escribir nuevamente ese relato. Un poco menos detallado, claro… Y algo más impreciso. Henry Ford, de profesión herrero y origen Irlandés (o Inglés, vaya uno a saber) vino del Uruguay, y se afincó en San Pedro. Era bueno en lo suyo, pero tenía pocas pulgas, y no soportaba que alguien le diera indicaciones. Podría decirse que era un artesano pagado de sí mismo, como todo artesano que se precie...
Cierto día, en un patrullaje de rutina por la frontera norte de Buenos Aires, se le dió por caer al Comandante de Campaña, con sus Colorados del Monte. Gente brava, según los comentarios. Armaron campamento cerca del pueblo y al rato, un miliciano llega a la herrería y le dice a Ford: “Mire, Don; le traigo este caballo del Comandante Rosas. A él le gusta que el trabajo se haga de tal y cual manera…” Y le entró a dar explicaciones, diciéndole hasta la forma en que debía colocar los clavos. Ford levantó presión, y conteniéndose a duras penas replicó: “Bueno, bueno; no se preocupe, conozco mi trabajo, y el herraje va a quedar como corresponde”. Y cuando el miliciano insistió, fue más tajante aún.
"Y si no le gusta como quedó, dígale al Comandante Rosas que se vaya a la mier”..., respondió Henry Ford sin saber que quien estaba delante suyo era el propio Rosas.
Horas después, apareció por la herrería otra persona, también vestido de rojo, quien sin identificarse dijo: “Vengo a buscar el caballo del Comandante”. Tenía cierto aire de autoridad, y eso intrigó al herrero. “Sí, ahí está, en el palenque”, respondió, con algo de cautela. “Y colocó las herraduras tal como se le indicó, de tal y cual manera?” Esa insistencia, y la mera reiteración de los detalles, fue demasiado para Ford, y para su amor propio. “Mire, señor; yo sé hacer mi trabajo. Y si no le gusta como quedó, dígale al Comandante Rosas que se vaya a la mier”... Su interlocutor esbozó una sonrisa, y murmuró, con voz apenas audible: “No va a hacer falta que se lo diga, porque yo soy el Comandante Rosas.” Dicho lo cual, montó a caballo y se fue, tarareando un cielito…
Cuenta la historia que el herrero se puso pálido, tuvo una brusca contracción estomacal, y los próximos dos días no atendió a nadie, pues no podía cortar la diarrea… Hay una forma menos elegante, pero más descriptiva, para decir lo mismo. Cag... hasta el apellido, sí señor!!!
Pasó algún tiempo, y La Mazorca no lo vino a buscar. El Juez Urraco lo siguió saludando, como de costumbre. Nadie en el pueblo lo molestó, ni le hizo recriminación alguna. El herrero no podía entender qué estaba sucediendo. Él nunca se metió en política, pero sabía lo mal que lo pasaban los enemigos de Don Juan Manuel. Y así, la vida continuó su curso, sin mayores sobresaltos.
Meses después, los clientes de la herrería se sorprendieron, al ver que, por propia iniciativa, Ford había colocado un cartel que decía: “Viva la Santa Federación; Mueran los Salvages Inmundos Unitarios.” Ocurre que nuestro amigo Enrique Ford se había vuelto Federal, sin que nadie se lo pidiera…
La tumba del Irlandés (o Inglés) Henry Ford, cuyo nombre y apellido coincide con el fabricante de autos de Detroit, y da pie para otro comentario, fue una de las primeras del “Cementerio del Sur”, actual Cementerio de San Pedro. Todavía está allí, aunque un tanto maltrecha, y ésta es una de las tantas historias que (mejor contada, y con alguna enmienda, desde luego) debieran conocer los guías turísticos locales…
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