102 años de San Pedro Ciudad
El nacimiento, crecimiento y actual desarrollo de una ciudad se puede medir en lo hermoso de sus paisajes, en el cuidado de sus espacios históricos, en la evolución de su economía, por sus políticos, y de tantas maneras como ojos que la vean. Sin embargo, no debe haber mejor forma de conocer un “pueblo que se resiste a ser ciudad” que hablando con sus habitantes, principalmente con aquellos que transitaron muchos de esos años, aquellos sampedrinos que pareciera que estuvieron toda la vida allí.
Esta vez, La Opinión se propuso repasar los 102 años desde que San Pedro es Ciudad junto a la familia de un nacido esa fecha y a un Ingeniero que fue testigo de esa mágica mutación de la tierra al pavimento, que trae con generosidad o perverso contratiempo aquello que siempre se denominó “progreso”.
El 25 de Julio, mientras la Honorable Legislatura de la Provincia de Buenos Aires promulgaba la Ley Nº 3.040 que declaraba a San Pedro como Ciudad, ante el Intendente Municipal Feliberto de Oliveira Cézar, aquí daban a luz cuatro madres. Ese día, según consta en los archivos oficiales, nacieron:
María Julia Cristina De la Casa hija de Marcelino De la Casa y de Antonia Irusta, domiciliados en Cuartel Primero (centro de la ciudad).
Santiago Oña, hijo de Vicenta y Domingo Oña domiciliado en Cuartel Segundo (periferia de la ciudad).
Victoria Ana Monteverde, hija de Enrique Monteverde y Rosa Luzzi, domiciliados en Gobernador Castro, Cuartel Octavo.
Rosario Florencio Peralta, hijo de Liz Peralta, domiciliado en el Centro de la ciudad.
El segundo de los “hijos de la ciudad”, Santiago Oña, es el primogénito de un matrimonio español. Sus padres, oriundos del País Vasco, llegaron a la Argentina con la ola inmigratoria. Una vez establecidos en San Pedro, tuvieron 10 hijos y además criaron a una familiar que quedó huérfana. Santiago fue el primero en nacer y por ello siempre tuvo una actitud protectora sobre sus cuatro hermanos y seis hermanas.
Todos vivieron en una zona alejada de aquél sector considerado el “centro de la ciudad”, en cercanías de la Escuela número 13, donde cursaron sus estudios los diez niños de la familia.
Santiago, de joven, disfrutó de la tranquilidad del Partido en la que popularmente se conoce como “La Casa embrujada”, camino a Vuelta de Obligado, hoy propiedad de otra familia. Tras su casamiento, se mudó a la Estancia La Estrella de ese paraje, con su mujer y ocho de sus hermanos a cuesta.
En el año 1957, el matrimonio Oña volvió a la ciudad, a una de las zonas más tranquilas, todavía alejadas del radio céntrico, adquiriendo una vivienda en la calle Sarmiento al 700, aún hoy propiedad de la familia. Allí, se establecieron con su único hijo, Mario Santiago Oña, de dos años de edad. En 1974, Santiago fallece en la ciudad que lo vio nacer, pero dejando en la inmensidad de su herencia la mejor recompensa del ser humano: una familia que trabajó y progresó al ritmo de un país que profundizaba su decadencia social. Oña era chofer de un camión.
En esa misma casa, su hijo Mario de sólo 17 años lo despidió con extremo dolor y continuó en la profesión abriendo caminos a bordo de su vehículo.
Según recuerda la familia, Don Santiago era como la mayoría de los habitantes de la nueva ciudad, un trabajador ligado a la actividad rural. Transportaba cereales al Mercado Central de Buenos Aires, trabajo que realizó durante muchos años, y así integró la Sociedad de Propietarios de Camiones, ubicada en la calle 3 de Febrero y antecesora del Transporte Automotor San Pedro. Cuando se retiró de esa actividad se dedicó a conducir un taxi de la Plaza Belgrano, entre los años 1968 y 1974, recorriendo así las calles de su pueblo: una vida detrás del volante.
Mario, siguió multiplicando la descendencia y junto a su mujer trajeron al mundo 3 hijos: Martín, “el Pato” y Daniela. Hoy tienen dos nietos: Nelson y Santiago, un nombre bien familiar.
En la actualidad, la familia Oña es muy reconocida no sólo por su arraigo en la historia, sino que también por el comercio “Saldolindo”, el negocio que Mario inició hace catorce años cuando apenas pisaba los cuarenta. La familia sigue viviendo en la Calle Sarmiento, un verdadero observatorio para vislumbrar el cambio de la ciudad.
La barriada de Sarmiento y San Martín
“Vivíamos a seis cuadras del centro, pero en ese momento era lejos. Sin embargo este siempre fue un barrio muy completo, lleno de negocios de todo tipo. Teníamos todo cerca”, recuerda Oña. Dice que recién en la década del noventa la ciudad se expandió, tomando la Avenida como vía de integración al centro, aunque nadie por entonces dejara de pensar que esta fantástica arteria seguiría por años calificada como “periferia”. Mario recordó con mucho afecto la vida de su padre, pero según comentó no tuvo muchas oportunidades de compartir recuerdos de esa ciudad naciente con él, pero si pudo ver cómo desde su casa se construía la historia que, se dijo una vez, “se escribe por la calle y no por la vereda”. La importancia de ese verdadero camino hacia la costa dejó a los Oña en lugar privilegiado. La intersección con calle San Martín aún muestra los vestigios de aquello que fue un polo de crecimiento: La panadería, el almacén multirrubro (una réplica de un Jumbo de cabotaje), la carnicería y el resto de los locales aún conservan la estética en sus molduras y techos, pese a los embates que “la modernidad” ha intentado perpetrar en forma permanente.
La avenida doble mano
Los Oña, viven en una de las pocas avenidas de la ciudad. En cada cuadra se esconde una historia diferente.
René Bonini es un Ingeniero Civil de 74 años que en la actualidad reside en la ciudad de Baradero, pero que ha tenido parte de su historia ligada a San Pedro. “He hecho varias cuadras en San Pedro”, recuerda, y una de ellas es la mencionada Avenida. “Hice el zanjón de Mora —como le llaman los antiguos a la bajada de 11 de Septiembre—, que llega casi al balneario y la doble mano de “Raillón”, dijo evocando al legendario aserradero de la familia de marras.
Con ese apellido recuerda a la Avenida Sarmiento, porque la pavimentación de esa calle comenzaba en la maderera y culminaba unas pocas cuadras más allá.
En esa época, según recuerda Bonini, durante la intendencia de Eduardo Luis Donatti, se presentó con su empresa a dos licitaciones. “Había una para Tala, pero esa la perdimos”; La otra era la de la avenida y tres calles más.
La obra tardó cerca de un año “y más aún”, dice el Ingeniero, para lo que trabajó con un equipo importante de empleados; entre ellos, uno de los camiones que transportaba materiales, fue precisamente el de Mario Oña.
“Uno de los problemas es que no me dejaron seguir la bajada de 11 de Septiembre porque había una empresa que hacía los desagües cloacales”, explico el Ingeniero. Eso, según dijo, atrasaba la obra que tardaría décadas en concretarse y que hoy forma parte del paisaje cotidiano.
Lamentablemente, la obra no finalizó del todo bien: “Tuve una mala terminación, porque el último certificado no me lo pagaron y tres o cuatro cosas más”, evoca Don René. Nunca supo bien por qué, pero puso un abogado y comenzó un juicio al Municipio. “A los 15 ó 20 días me pagaron la última cuota, pero el juicio ya había empezado su curso. Hace unos años, el actual Intendente me llamó y me terminó de pagar ese juicio”.
Bonini recuerda además su paso por el Gobierno como Jefe de Obras Públicas. “En los 60’, el Dr. Sánchez Negrete, un antiguo compañero de pensión, me ofreció venir como Jefe de Obras, yo estaba recién recibido y acepté”.
Hoy la avenida es una de las arterias principales para el acceso a la ciudad y por su ubicación y traza no es más que una parte de esa extensa ciudad que para el año próximo, según las proyecciones de crecimiento poblacional contará con más de 70.000 habitantes.
Puede sonar repetitivo traer a la memoria las postales que desde hace 17 años La Opinión publica en cada aniversario. La particularidad de esa práctica habitual de descubrir en fotos viejas lugares que nos son comunes, suele tender la trampa de invitar a la reflexión.
Es que en cada pequeño detalle de esas imágenes cada uno se encuentra con su propia historia y según los años que como individuo uno transcurra, el símbolo ciudadano va cambiando.
Algunos nos quedamos con el rosa pálido de los durazneros, la obscena blancura de los ciruelos, el aroma penetrante de los azahares o el viejo puerto de Canaletas, que con tracción a sangre lograba mejores resultados económicos que una grúa.
Así, quien recorre su pasado entiende su propio fenómeno social y lamenta con cierta resignación los tiempos en los que los bancos de plaza eran el distintivo que separaba a las familias de los locales comerciales; la baranda del Butti y la calle Mitre como lugar de encuentro obligado; los acoplados atestados de trabajadores rurales; el entusiasmo de quienes soñaron con una pequeña patria industrial y armaron Metalcyl, Exporsan, Amelú, Arco de Oro…; Los aventureros inmigrantes viveristas que portaban humildes apellidos que se transformaron en grandes marcas, sin saber que para quienes hoy apenas pisan su adolescencia Guzzo, Gomila, Pons, Tauterys, Amma, ya no son el nombre de una prolífica producción de frutas que llegó a traspasar las fronteras.
El tejido social que hoy denomina a un conjunto de personas que conviven en un mismo espacio y tiempo mostraba el traqueteo de las dos agujas con las que las tejedoras “a mano” se ganaban la vida, y el punto smock se trazaba sobre la cuadrícula de un papel que entregaba diplomas de bordadoras y costureras a cientos de mujeres que hoy se reflejan en el espejo de los planes sociales para poder sustentar a sus familias.
Nadie sabe por qué es el crecimiento el que produce los desgarradores dolores de parto que dan a luz la historia propia, la conciencia colectiva, los lazos solidarios que el paso del tiempo y la destrucción sistemática de los valores individuales llevaron a todos a una ciudad que prácticamente desconocemos en sus rincones más poblados.
Sin la falsa pretensión de pensar que todo pasado fue mejor, en estas ocasiones conviene evaluar cuál es el verdadero nombre de lo que el funcionariado confunde con el exótico apelativo de “proceso de crecimiento sustentable”.
Con sólo montar la bicicleta del deseo y seguir las huellas de alquitrán de aquellas primeras calles pavimentadas que aún hoy soportan el peso de una sociedad que no las contempla como sostén, vale la pena darse una vueltita por los barrios para intentar entender cómo se produce el deterioro de los cimientos sociales. Alzar la mirada hacia los absurdos “modernos” edificios que nos arrebatan esa saludable vista horizontal hacia el río Paraná que contamina su curso con los escasos y tóxicos efluentes de lo poco que queda de la industria argentina, es más que un desafío para quienes aún albergamos la utopía de mirarnos y sentir que somos simplemente pasajeros de la humanidad a los que se nos ha asignado la efímera tarea de regar nuestra hermosa patria chica. En las viejas postales, tenemos que encontrarnos para establecer un nuevo principio.
Pocos festejos por la Gripe A
El 2009 ha sido un año totalmente atípico en cuanto a todas las actividades que se tenían previstas desde hace más de un mes para conmemorar el cumpleaños número 102. El aniversario de la ciudad, no quedó exento de la emergencia sanitaria y como dijeron fuentes oficiales “desde el Municipio hay que dar el ejemplo”.
Según lo informado por la Municipalidad, se “mantienen en suspenso” todas las actividades que había previstas para la celebración de los 102 años de San Pedro Ciudad. Entre ellas, el Intendente Barbieri había anunciado la realización de una nueva edición del “San Pedro Invierno Rock”, en el Paseo Público. Los funcionarios admitieron que hubo mucho “revuelo” con los comerciantes con las medidas tomadas por la pandemia de la Influenza H1N1, sería irresponsable realizar festejos que fomenten la concentración de ciudadanos.
Sin embargo, según confirmó el Director de Cultura José Luis Aguilar, el 25 de Julio tendrá lugar un acto protocolar en la Plazoleta que lleva el nombre de la fecha histórica. Ese lugar está ubicado justamente en el inicio de la Avenida Sarmiento, en la costanera al lado de la conocida Cruz que dio el nombre a un barrio que también fue surcado por la nueva Avenida Costanera. Allí con la presencia de los funcionarios locales, se escucharán palabras alusivas en un corto encuentro.