#Anuario2020 El año en que vivimos en peligro, el año en que vivimos en pandemia
Impensado pero real: cuarentena eterna por el coronavirus y, entre tanto, miedos e incertidumbre a los que le siguieron preocupación por la crisis económica que profundizó la sanitaria.
Habíamos pasado un verano tranquilo. Hasta empezamos enero con algo de esperanza, como siempre que hay un cambio de gobierno tras un período complicado, sobre todo en lo económico. En ese momento, el coronavirus era un asunto que mirábamos por televisión. Además, ocurría en China, que para nosotros es prácticamente otro mundo. Lejos estábamos de pensar en el confinamiento de más de ocho meses, en los comercios cerrados, en las escuelas sin estudiantes, en el uso cotidiano de barbijo, en el contagio riesgoso de seres queridos, en la muerte de tantos vecinos que no pudieron superar la enfermedad por múltiples razones.
En febrero en San Pedro, sin embargo, pudimos saber más gracias a Nicolás Sagrera, quien desde mediados de2018 reside en Shangai, la ciudad más antigua del gigante asiático. En ese momento él ya contaba que estaba haciendo “home office” y que los restaurantes estaban cerrados. También que se podía convivir con el virus siempre y cuando se tomaran ciertas precauciones: lavarse las manos, usar mascarillas. Fue un primer dato y hasta la oportunidad de adelantarnos a algo que “a nosotros no nos iba a pasar”. Ya lo decía el ministro de Salud que está con un pie afuera del Gobierno: “Me preocupa más el dengue que el coronavirus”.
Durante esa primera semana del segundo mes del año nadie podía imaginarse que el 19 de marzo el presidente de la Nación anunciaría para la Argentina el confinamiento que relataban los sampedrinos que viven en Italia y España. Los que nutrían las crónicas que ponían en dimensión la gravedad de la situación que inexorablemente se avecinaba con las fronteras abiertas de par en par y el virus ingresando sin piedad a su primera morada: la Capital Federal.
La suspensión de actividades había comenzado una semana antes, con bares y restaurantes reducidos en su capacidad operativa. Las medidas dispuestas para cumplir la denominada “cuarentena” habían sido ordenadas para “contener la llegada del virus”.

El plan del Gobierno era ralentizar la velocidad de los contagios mientras preparaban el sistema sanitario. En su lenguaje, “aplanar la curva”. En San Pedro el secretario de Salud, Guillermo Sancho, fue tildado de exagerado por tirios y troyanos durante aquellas primeras semanas. Quería hisopar a todo el mundo, preparar cientos de camas, convocar al sistema privado, reprogramar el funcionamiento de los efectores públicos. Hasta el propio intendente lo miraba sorprendido en las conferencias de prensa y tras el vaticinio devastador del médico decía que confiaba en que quizás no llegaran casos a la ciudad.
En la calle, los primeros días de acatamiento del confinamiento fueron exitosos. La gente parecía dispuesta a bancarse un par de semanas saliendo sólo a hacer compras esenciales. Después de todo, eran unos días en casa. Pero a medida que comenzaron a pasar las “etapas” dispuestas generalmente cada 15 días, las flexibilizaciones se imponían.
Algunas de hecho, porque el relajamiento de las conductas personales fue más regla que excepción en muchos sectores. Cada rubro de la economía o actividad comercial empezó a sentir los embates de la puerta cerrada. La mayoría no tenía espaldas para soportar mucho más y comenzó a reclamar.
A más de 19.000 km de distancia había nacido un virus desconocido que provocaría casi 1700 contagios y alrededor de 60 muertes en nuestro partido. Este repaso de los 280 días que pasaron entre el 20 de marzo, primero de la “cuarentena”, y la Navidad de este2020, y los gráficos que acompañan estas páginas lo dicen todo.
“A este virus lo paramos entre todos”, decíamos desde La Opinión para sumarnos a campañas internacionales que llamaban a la reflexión comunitaria. Eso despertó, por un lado, la solidaridad: muchos entendieron que había que quedarse en casa, salir lo menos posible, ser precavidos, usar alcohol en gel todo el tiempo, el barbijo como corresponde, evitar el contacto con los adultos mayores y las personas de riesgo, minimizar las posibilidades de exponer a los otros.
También desató un espíritu acusatorio sin precedentes. Todos recordarán aquellos mensajes de audio viralizados vía WhatsApp en el que vecinos y vecinas de todas las extracciones sociales, de todas las edades y niveles educativos contaban historias que obligaron a los periodistas de nuestro medio a organizar una campaña contra las noticias falsas.
“Lo que pasa es que una chica que volvió de Italia y la exesposa de su pareja se enojó y le puso los puntos pero todos estuvieron en un café del centro donde además se sentaron a la mesa con uno que es distribuidor de no sé qué que no paró nunca de trabajar y después su novia fue al gimnasio clandestino donde también iba una funcionaria por eso no lo clausuraban pero si no abría no trabajaba y si no trabajaba no comía y además tampoco le daban IFE ni otro programa del Estado que sí aprovecharon otros a los que no les sí aprovecharon otros a los que no les sí aprovecharon otros a los que no les hacía falta pero que igual cobraban y se lo gastaban jugando en los garitos clandestinos porque resulta que esos tampoco pararon nunca como no pararon los pibes de barrio que a la siesta y a la tardecita se juntaban a jugar a la pelota y nunca faltaba el que decía que se iba a jugar al fútbol pero en realidad se iba a ver a la amante que resulta que era trabajadora esencial y al otro día iba a trabajar y ponía en riesgo a todo el mundo” y así era todo, todo el tiempo, durante varias semanas.

Algunas de todas esas cosas tuvieron su consecuencia penal. Bueno, en realidad la denuncia, el comienzo de la causa en la Justicia Federal que sólo para San Pedro tiene alrededor de 2000 y que quién sabe cuándo va a tener tiempo el juez Villafuerte Ruzo para llamar a toda esa gente para que dé explicaciones sobre expedientes que hablan de cómo jugar al fútbol en un campito, salir a la calle pasadas las diez de la noche, juntarse con amigos a jugar al póker o ser policía y organizar una fiesta clandestina.
La idea de priorizar la salud sobre la economía fue aplaudida por todos. Hasta que algunos reclamaron que los empezaban –literal, así lo dijeron– a “comer los piojos” y las solicitudes de apertura de actividades arreciaron.
Cada cual con su protocolo, los rubros comerciales fueron definiendo la modalidad en la que volverían a trabajar. Era difícil, porque cada apertura implicaba un riesgo. Pero cada persiana cerrada corría el peligro de no volver a abrir nunca más. Y muchos nunca más abrieron o se reconvirtieron en vendedores de redes sociales.
No hubo contención ni análisis que lograra dar destino a los fondos que el Estado nacional y provincial dispuso para la ayuda. Para algunos fue una oportunidad, para otros una lápida y para la gran mayoría de desocupados la llegada de una suma extra que llevaba el nombre de IFE y se sumó al resto de los programas sociales.
En abril la improvisación y la torpeza quebraron la pretendida armonía. Mi les de jubilados salieron a las calles para poder cobrar sus haberes, se juntaron en la misma fila con los que cobran asignaciones o planes, con los que tenían pendientes sus seguros de desempleo y así sobrevino el peor momento. El de darnos cuenta que los organismos públicos que fueron los primeros en cerrar serían los últimos en abrir para responder a esa demanda que no podía resolverse con celulares y computadoras porque los verdaderos excluidos fueron los abuelos, a los que hubo que hacerles un ejemplar de papel de La Guía para que contaran con los teléfonos de bancos, centros de salud y mecanismos para pagar la luz, el gas y las tasas, porque aun con la promesa de no suspender los suministros no querían ser deudores morosos. Aquí en La Opinión respondimos cientos de llamadas diariamente.
En mayo llegó el primer caso. Un médico que pese a los pronósticos no contagió ni a su grupo conviviente. Empezaban los misterios. En junio apareció el conocido caso del “prefecturiano de Ibicuy”, su paso por un cumpleaños terminó con 32 personas –incluidos niños– contagiados y de ellos dos personas mayores de edad, residentes en Río Tala, perdieron la vida.
De allí en más la cocinera de Coto que esparció en Villa Lolita varios casos. La joven evangélica, el paciente oncológico contagiado en el Hospital Naval, el joven trabajador de Toyota, el pastor evangélico y punto. En agosto se terminó la posibilidad de detectar el nexo epidemiológico cuando el caos de las estadísticas demostró que en los gráficos de Provincia faltaban más de 3000 muertos que los registros civiles no habían procesado.
La idea de priorizar la salud sobre la economía fue aplaudida por todos. Hasta que algunos reclamaron que los empezaban “comer los piojos”
Sin datos no se pude tomar decisiones y mucho menos adecuadas para la salud pública. En nuestra ciudad, el departamento que lleva las estadísticas fue celoso custodio más por miedo a la equivocación que por guardar secretos.
Los gráficos que ilustran estas páginas son elocuentes: la mayoría de los contagios se produjo entre personas de 30 a 39 años, seguidos de la franja etaria que va de los 20 a los 29. En muchos casos, por la exposición propia de los trabajos esenciales; en otros, porque no tomaron las precauciones ni se hicieron eco de la normativa vigente durante el aislamiento.
Además, no fue casualidad el enojo de Sancho, cuando dijo “siamo fuori della copa” y consideró una jornada tristísima la de aquel domingo del día de la primavera en la que miles de sampedrinos salieron a los espacios públicos a disfrutar la tarde aunque no estaba permitido.
En los 10 días subsiguientes llegaron los picos de contagios, con entre 150 y 218 casos por semana, a fines de septiembre y principios de octubre. El virus había derrotado a la población y dejado sin fuerzas a los médicos de ese gran equipo compuesto por profesionales, enfermeras, choferes, asistentes, inspectores municipales, personal de seguridad, trabajadores del Cementerio y agentes de Desarrollo Humano.
Los test de anticuerpos hablaron de un 20 por ciento de la población, promedio, afectada, lo que para el distrito son 12 mil personas. La única y probable esperanza está puesta en las vacunas por las que alzaremos la copa aunque sea de manera virtual el último día de este 2020 al que un bodeguero le dedicó una marca de champagne que se agotó en pocos días: 2020, LPMQTP.
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