#Anuario2020 Una historia de vida detrás de cada víctima fatal del COVID-19
Oficialmente fallecieron 59 personas con o por coronavirus en San Pedro en 2020. En cada nombre hay una trayectoria de vida, de trabajo, de familia. Son estas.
Cuando la pandemia de coronavirus COVID-19 fue declarada, sin demasiado conocimiento sobre la novedosa enfermedad que había tenido comienzo en China, el riesgo de que pudiera ser fatal para algunos pacientes creció y la advertencia pronto se transformó en realidad: había personas que morían por COVID o con COVID, con enfermedades de base y hasta en algunos casos sin ellas.
En San Pedro, al cierre de esta edición de repaso del año en que vivimos en pandemia, fueron 59 las personas que fallecieron transitando la enfermedad y al menos dos que murieron luego de ser considerados pacientes recuperados y a raíz de patologías previas que se agravaron. Hasta hubo familias en las que varios miembros perdieron la vida en medio de la convalecencia.
En cada caso eran vecinos sampedrinos, madres y padres, abuelos y abuelas, tíos y tías, hermanos y hermanas, hijos e hijas, amigos y amigas, personas a las que sus familiares no pudieron despedir como hubiesen deseado y hasta ni siquiera pudieron ver durante muchos días previos a que dejaran este mundo. Cada uno tiene una historia.
El primero fue Ricardo Piriz. Tenía 83 años y era vecino de Río Tala. Padre de ocho hijos, cultor de mil oficios, había nacido en Entre Ríos y llegó a la localidad para trabajar en la pavimentación de la ruta y allí se aquerenció. Murió en su casa, donde cumplía aislamiento por ser contacto estrecho de casos confirmados. Semanas atrás, lo había chocado una camioneta. Su cuerpo esperó horas para ser retirado, porque los protocolos recién comenzaban a ponerse en marcha.
A él le siguió su yerno, Silvestre Oscar “Cacho” Rodríguez, de 58 años, reconocido pastor evangélico de Río Tala. Trabajador rural desde los 8 años, fue tractorero, podador y también trabajó en servicios viales. En 2019 había terminado la secundaria a través del plan Fines.
A fines de julio comenzaron a fallecer internos del geriátrico Residencia de Luz, uno de los focos de contagio de coronavirus. Roberto Vargas, de 85 años, fue el primero. Estaba internado en la clínica San Pedro. Julia Iwasin, de 86, fue la siguiente. Sufrió un ACV en la institución y murió. El análisis confirmó que estaba contagiada.
El deceso de Zulma María “Beba” Welz se produjo durante esos días. También residente del geriátrico de Salta y 3 de Febrero, tenía 78 años. Su paso por la escuela Normal como celadora fue recordado por todos los que tuvieron oportunidad de trabajar con ella.
Miguel Ferroni, de 65 años, murió en el Hospital. Su hermano, Bernardo, de 68, le siguió a los pocos días en la clínica San Pedro. Era la segunda familia que tenía dos fallecidos en su seno.
También internado en la clínica San Pedro e interno de Residencia de Luz, Alejandro Mik feneció a los 84 años. A los pocos días, ocurrió lo mismo con Emilce Liñero, de 87, del mismo geriátrico. Luego, murió Ramona Ponti, de 94 años. Al igual que el resto de los residentes de esa institución, tenían patologías de base que se agravaron con el cuadro de COVID-19.

El viernes 23 de septiembre un temporal arrasó a San Pedro y obligó a evacuar a 50 familias. Horas antes de que se desatara la tormenta, falleció Domingo Bronce. Al otro día, mientras lo sepultaban, unos rayos de sol asomaron y alguien dijo que serían “los brazos de María”, su esposa que había muerto días atrás, que
“lo vino a buscar”.
La muerte de Bronce fue la partida de este mundo de un imprescindible. Un hombre que dedicó su vida al servicio público. Tenía 73 años y de niño había pasado por muchas necesidades, tras la muerte de sus padres.
Por eso, en el barrio El Amanecer, desde su almacén “Gato verde”, siempre impulsó mejoras para el vecindario, especialmente para los chicos, a los que les compraba botines y camisetas para que jueguen al fútbol y a los que llevaba a controlar al médico.
Militante radical, en el 83 el Bebe Farabollini vio en él a un dirigente barrial importante. El camino de la política lo llevó al Concejo Deliberante en 1993, donde no dejó de lado sus convicciones por mandatos partidarios. Por eso hasta lo expulsaron de la UCR.
Jefe del Corralón, Inspector General, director de Red Vial, subdelegado de Vuelta de Obligado, director de Protección Ciudadana y en sus últimos días delegado de Río Tala, Bronce dedicó su vida a ayudar y dejó una huella imborrable en quienes lo conocieron.
Como dijo una de sus hijas, “el viejo loco se hacía querer”
El 5 de agosto falleció Roberto Clapcich. El recordado director y profesor de la escuela Industrial fue despedido con emotivos mensajes y muestras de cariño. Había nacido en Capital, a pocas cuadras de la cancha de Boca, club del que era fanático. A los 20 se afincó en San Pedro, donde tuvo a sus hijos y nacieron sus nietos, donde se casó con Mirta Sallustio, quien falleció, también con coronavirus, 25 días después que él.
Manuel Novo tenía 70 años. Dueño de la agencia de remises Belgrano, había sido confirmado como positivo a mediados de julio. El 6 de agosto falleció, tras varias semanas en terapia intensiva.
Rubén Aguirre murió en Río Tala antes de conocer su resultado positivo. Tenía 65 años y era un conocido camionero jubilado que trabajaba en el puesto de un establecimiento rural en ruta 9. Allí se descompuso y sufrió un paro cardiorrespiratorio. La médica que lo monitoreaba lo había notado apesadumbrado, anímicamente débil y preocupado por la situación.

Juan Rodríguez tenía 66 años y estaba internado en el sanatorio Coopser. Su familia encabezó una verdadera gesta para verlo porque hacía semanas que estaba en terapia intensiva y no sabían nada de él, y el resultado nunca llegaba. Una neumonía bilateral con falla multiorgánica agravada por el coronavirus le costó la vida.
Pablo Pérez tenía 52 años y era pastor evangélico de la iglesia Gran Rey. Ingresó a la clínica San Pedro con un cuadro de neumonía y luego fue confirmado como positivo de coronavirus. Sin familiares ni allegados en la ciudad, sólo se sabía de él que había venido desde Tierra del Fuego.
David Saccá fue la víctima más joven: tenía 28 años. Su hermano, empleado de Papel Prensa, fue el primer contagio en la familia. David estaba dentro de los grupos de riesgo porque padecía algún tipo de retraso madurativo. Dos semanas más tarde se produjo el deceso de su mamá, Raquel Bernardi, de 66 años, también paciente con coronavirus positivo.
Héctor Muñoz falleció a los 75 años. Estaba internado en la clínica San Pedro. Hijo del famoso lechero Muñoz, reconocido por su labor como escobero y jubilado de los servicios fúnebres de Coopser. Su hijo Diego, lloró al aire de Sin Galera para pedir a la gente que se cuide, use barbijo y tome distancia. “Ese sábado, al estar bien, yo no me iba a hisopar. Pero mira si no me hisopo, podría haber hecho desastre”, señaló.
Federico Basaldúa era empleado de Prear. Le gustaban los caballos. Tenía 32 años y patologías previas que se descubrieron cuando lo internaron en la clínica San Pedro, donde falleció el 28 de agosto.
Ramón Guilmen tenía 54 años y era enfermero en el Hospital. Lo hisoparon y cuatro días después lo internaron en terapia intensiva en el mismo nosocomio donde trabajaba. Fue el primer trabajador de la salud local víctima del coronavirus.
Domingo Nicolás Mangione también estaba internado en el Hospital, donde murió a los 71 años. En la terapia intensiva del Emilio Ruffa también se produjo el deceso de Jorge Epelde, el placero de la plazoleta Fray Cayetano José Rodríguez que estaba esperando jubilarse y que, por ser persona de riesgo, no concurría a trabajar.
Nélida Osvalda Ferreyra tenía 89 años y murió en el sanatorio Coopser antes de conocer que estaba contagiada. Con 95 años, Antonia Capo de Obrador falleció en su domicilio.
José Raúl Astorga tenía 61 años. Su esposa había sido confirmada como caso positivo tras ser hisopada y él
“positivo por contacto estrecho”, sin hisopar. Estaba en su casa, monitoreado por el equipo COVID, y comenzó a sentirse mal. Su pareja reclamó que lo internaran. Ante la negativa, ambos contagiados fueron al sanatorio Coopser, donde hasta puso sobre la mesa sus ahorros rogando que lo internen. Su cuadro empeoró, lo trataron con plasma que debió abonar y falleció.
Nilda Morales falleció en su domicilio, a los 77 años. La confirmaron como caso positivo posmortem el sábado 12 de septiembre, el mismo día en que murió María de Paul, la esposa de Domingo Bronce, paciente oncológica que se contagió coronavirus y no resistió los embates de la enfermedad.
Con 50 años, Guillermo Curra falleció en su casa tras una falla cardiovascular. Días después, las autoridades confirmaron que tenía COVID-19. Trabajador independiente dedicado a tareas relacionadas con la refacción en hogares, su muerte sorprendió a amigos, familiares y clientes, que lo despidieron en redes sociales.
Adriana Epelde estaba internada en Rosario. Tenía 60 años y había estado internada en el sanatorio Coopser, donde la intubaron a raíz de su delicada situación de salud y así la trasladaron a un centro de mayor complejidad. El 2 de mayo había celebrado a la distancia su cumpleaños. Pocos días después nacieron sus primeras nietas, gemelas. El 30 de junio se había jubilado tras décadas en ARBA. “No tenía ninguna enfermedad que pudiera acelerar el proceso”, dijo Gaby, una amiga que la recordó.
José María Iglesias murió a los 94, internado en el Hospital. Su familia no sabía que era paciente positivo de COVID y hasta les permitieron despedirlo en su agonía. “Hubo un error en los papeles”, les dijeron. Su resultado había llegado una semana antes y nadie les había informado.

Militante peronista, social y barrial desde adolescente, el exconcejal Gustavo Alcorta falleció el 27 de septiembre, tras permanecer internado en el sanatorio Coopser.
De familia de comerciantes, se recibió como ingeniero químico en el Instituto de Tecnología Celulósica Papelera en la Universidad Nacional del Litoral y trabajó en muchos años en Celulosa.
Desde su banca, cuestionó los gastos de la política y hasta renunció a la presidencia de su bloque por diferencias internas, lo que provocó un cimbronazo en el Justicialismo local durante el gobierno de Pángaro.
Retirado de la función pública, no dejó nunca de ser un referente para las nuevas generaciones de militantes, que lo consultaban, le pedían consejos y escuchaban con atención sus sesudos análisis de la realidad local y nacional, que nunca dejó de seguir con preocupación. En 2019 su nombre apareció como una posibilidad para ser precandidato a intendente.
“Era un hombre muy valioso”, recordó Ñato Estelrrich, uno de los pibes del barrio Obrero a los que la madre de Gustavo, Amelita Mantovani, enseñó a leer y escribir en una casilla que montaron para alfabetizar.
Egidio “Yiyo” Fuertes murió transitando la COVID a los 75 años. Reconocido empleado del Banco Provincia, ya jubilado, era un verdadero símbolo del club Mitre, cuya historia rescató para exhibirla, en trofeos, camisetas y otros objetos, en la sede de calle Salta.

El 2 de octubre falleció Héctor Gesari, de 74 años. Estaba internado en terapia intensiva de la clínica privada de San Pedro tras haber sido confirmado como caso positivo de coronavirus. Miguel Ángel “el Tío” Mir murió en el Hospital a los 68 años. Reconocido vecino, fue despedido en redes sociales con mucho afecto.
A los pocos días fue informado el primer deceso de un vecino de Santa Lucía: Reynaldo Giménez, de 62 años, que había sido trasladado a Rosario para un cirugía cardiovascular y se contagió en el sanatorio donde esperaba la operación.
El reconocido teniente primero de la Policía Bonaerense y fanático de Banfield Esteban Rodolfo Gauna murió a los 49 años, 42 días después de haber sido diagnosticado. Su salud se deterioró y su familia recurrió a todos los medios y tratamientos posibles. Su fallecimiento causó hondo pesar en la comunidad, donde era una persona reconocida y muy querida.
Otro de los fallecimientos de pacientes con coronavirus que causó gran consternación en la sociedad fue el de Carlos Alberto González, “el Chivo, el tapicero”, a los 67 años, tras 40 años y seis hijos con Ángela. Nacido en Santa Lucía, era un reconocido participante de las hinchadas de fútbol, puesto que sus cuatro varones se destacaron como deportistas desde las competencias infantiles. Una caravana que partió desde su barrio, Los Aromos, lo acompañó para darle el último adiós.
Otra de las víctimas fatales cuya partida causó estupor fue la de Graciela Bortoloti. La reconocida docente falleció a los 75 años en la clínica Delta de Campana, donde había sido trasladada cuando su cuadro se agravó. Maestra en el San Luis Gonzaga, en el Hogar Gomendio, inspectora del nivel primario y directora del Socorro, capacitadora en el CIE, siempre tuvo un compromiso firme con la comunidad educativa de la que formó parte, y como miembro de Cáritas.

Juan Huberto Tissera tenía 66 años. Falleció en el hospital Nuestra Señora del Carmen, en Carmen de Areco, donde fue trasladado cuando Región Sanitaria decidió “descomplejizar” el sistema local. Fue profesor de karate, dio clases técnicas de oficio y fue recordado por familiares y amigos en redes sociales. Su hermana, que reside en Pergamino, le dedicó sentidas palabras en La Opinión.
Gregoria Aguirre tenía 82 años. Había sido confirmada como caso positivo e internada en la terapia intensiva de la clínica San Pedro, donde falleció. Egidio Roberto Focaraccio, de 76 años, estaba internado en el mismo centro asistencial tras haber sido confirmado como caso positivo de COVID-19. Allí se produjo su deceso el 15 de octubre por la noche.
Miguel Ángel Pugliese (72), conocido kiosquero del barrio 25 de Mayo, y Esberto Bueno (78) murieron el mismo día, el martes 20 de octubre. Ambos estaban, también, internados en la terapia intensiva de la clínica San Pedro, donde la mitad de los pacientes que llegó a esa instancia no superó el proceso y falleció.
Stella Maris Barreto, destacada vecina del barrio Villa Lolita, murió internada en el Hospital. Tenía 62 años. Estuvo 12 días en terapia intensiva. Su marido, Tito Salazar, posteaba mensajes pidiéndole a Dios que le diera fuerzas. “Estrella de Mar”, como era su “nombre artístico”, era una mujer muy querida y muchos jóvenes guardan recuerdos de cuando en la crisis de 2001 montó un comedor de su casa para que los nenes de la zona tuvieran un plato de comida en la mesa.
Alrededor de 72 horas después de su fallecimiento, los familiares de Olga Esther Nouet, de 62 años, fueron informados acerca del resultado positivo. Un lapso similar esperaron los allegados de Carlos Correa, de 88, quien murió en el Hospital.
En el nosocomio local también se produjo el deceso de Isidoro “Rulo” Silva, un jubilado de Prear de 71 años cuyo cuadro se agravó a pesar de que no tenía comorbilidades previas.
La víctima fatal número 50 fue Vilma Galeotti, una mujer que había sido considerada como recuperada de COVID-19 pero no le daban el alta porque no lograba recuperar su capacidad respiratoria. “Tuvo una reinfección de neumonía. A ella le dieron el alta y a los dos días tuvo neumonía. Además tenía EPOC como enfermedad de base, lo que complicó su cuadro”, contó su hija Patricia a La Opinión y la recordó como “una madraza ejemplar”.
La víctima 51 fue Estela Maimo, pocos días antes de cumplir 83 años. La paciente fallecida era consuegra de la jefa distrital de Inspección Educativa, Marta Alonso, por lo que en la comunidad educativa también expresaron sus condolencias. Alberto Antonio Sansó, de 80 años, estaba internado en la Clínica San Pedro tras haber sido diagnosticado con COVID-19 y falleció el 5 de noviembre.
Al otro día murió Raúl Arbuatti de 66 años, en el Hospital Emilio Ruffa donde permanecía internado como paciente COVID-19 positivo. Menos de 24 horas después falleció Celina Curra, de 86 años, internada en un sanatorio privado.
EMILCE CONTRERAS

El 9 de noviembre, víctima de la COVID, falleció la inmensa profesora y exfuncionaria municipal Emilce Contreras. Tenía 86 años y era interna de un geriátrico, desde donde la trasladaron al sanatorio Coopser.
Docente en Santa Lucía, en las escuelas Normal, Industrial y Comercial, fue secretaria del CEF No 14 e inspectora de la rama Educación Física -carrera de la que fue pionera en San Pedro junto a Tito Franzoia-, tuvo a su cargo la Dirección de Deportes y Turismo durante el gobierno de Pángaro, en el que trabajó activamente para la concreción del proyecto de gimnasio en el Estadio municipal.
Organizadora de recordados campamentos juveniles, fue una de las impulsoras del recordado campeonato de Intertribus donde Onas y Comanches rivalizaban en confraternidad
Su partida conmocionó a la comunidad, que realzó sus cualidades en comentarios en redes sociales.
Luego se produjo el deceso de Alberto Guillermo López, empleado municipal jubilado, de 72 años, que estaba internado en Avellaneda. Fue recordado por el Museo Paleontológico y el Museo Regional, dos instituciones con las que siempre colaboró.
La última muerte de noviembre fue la de Ángel Rodolfo Marocchi, de 60 años, en el Hospital. Ya en diciembre, murió Ramón Andrés Fernández, de 65 años, quien había transitado los primeros días de la enfermedad en su casa pero su cuadro se complicó y decidieron internarlo en la clínica San Pedro.
El último fallecido reportado por la Municipalidad al cierre de este Anuario 2020 fue Roberto “Chichino” Trotta, uno de los mejores jugadores de fútbol de la historia local, quien participó en varios de los 25 títulos que acumula Independencia, el máximo campeón de la Liga Sampedrina (LDS) y en 1973 fue parte de la selección de San Pedro que dio la vuelta olímpica en el torneo Río Paraná-Hermanos Brown.

Antonio Álvarez, de 70 años y oriundo del paraje Tablas, no apareció entre las estadísticas de los fallecidos con COVID porque su deceso se produjo semanas después de que le dieran el alta. Paciente oncológico, era uno de los pocos vecinos que quedan en Tablas, donde tenía un almacén de ramos generales. Su caso cobró notoriedad cuando sus hijas relataron las peripecias que tuvieron que vivir para conseguir el plasma para transfundirlo.
Horacio Belo, de 53 años, residía desde hace tiempo en la localidad de Allen, ubicada en el departamento General Roca y a 30 kilómetros de esa ciudad, en el Alto Valle del río Negro. Allí se contagió de coronavirus y falleció el 30 de septiembre. Ya no tenía domicilio en San Pedro, por eso no apareció en las estadísticas.
El domingo 13 de diciembre, tras luchar durante años con una enfermedad oncológica, falleció Diego Parera, de 42 años. “El Pelado” o “el Pela”, como lo llamaban sus amigos, había sido el segundo caso positivo de coronavirus COVID-19 en San Pedro. Se había contagiado en el Hospital Naval, cuando estaba internado para unos estudios prequirúrgicos. Más de 6 meses después de recuperarse del coronavirus, su cuerpo fue derrotado. Familiares, amigos y compañeros de Celulosa San Pedro lo despidieron con emotivos mensajes.
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