Como barquito de papel, un recorrido por los desagües pluviales
La Opinión recorrió el sistema de drenaje del agua de lluvia de la ciudad, desde la Ruta 191 hasta el río, de sur a norte y de este a oeste. Desde las obras de la década del 80, el crecimiento sin planificación provoca desde encharcamientos a la creación de verdaderas lagunas. La necesidad de obras y de conciencia de la comunidad, que tampoco hace las cosas que debe en muchos casos.
“¿Dónde va la gente cuando llueve?”, preguntaba Miguel Cantilo en un mágico arranque de observación urbana. “¿Y el agua? ¿Dónde va el agua cuando llueve?”, se preguntó este semanario agobiado por las terribles circunstancias que deja un temporal de lluvia.
En diez días llovió en San Pedro cuatro veces más de la media de agosto. Toda esa agua, ¿dónde fue a parar? En una ciudad abrazada al río barranca abajo, la lógica nos obliga a pensar que todo debería llegar a esa pendiente natural. Debe ser entonces el poderoso río Paraná el encargado de transportar el agua en su inevitable curso hacia el mar. Sin embargo la lógica se vuelve ilógica cuando aparecen en escena las prepotentes manos del hombre.
A partir de aquella simple pregunta, “¿dónde va el agua cuando llueve?”, iniciamos un interesantísimo periplo por los desagües pluviales sampedrinos. Con una camioneta en buenas condiciones, una persona con suficientes conocimientos y con una potente dosis de energía, el recorrido no dura más de tres horas.
Precisiones técnicas
San Pedro se encuentra a 27 metros de la altura normal del río Paraná. Este simple dato geográfico permite sacar algunas conclusiones: ni siquiera en una crecida de enormes dimensiones, por ejemplo de cinco metros, el río podría desbordar sobre la ciudad. Tomando este ejemplo, aún quedarían 22 metros de margen entre los camalotes y la urbanidad. Para quien busque corroborar, basta con una simple observación: mate en mano, salga a caminar por la barranca y mire hacia donde sale el sol, podrá ver abajo y allá lejos el amarronado río.
El otro tecnicismo de relevancia a destacar es que la última gran obra de desagües pluviales que se hizo en la ciudad data de la década del 80 y fue ejecutada por la gestión Intendente de facto, Eduardo Luis Donatti. Cuentan los memoriosos que por aquel entonces se sucedían las quejas porque la ciudad era un caos, parecía haber habido un terremoto de cráteres. Una enorme máquina equipada con un malacate y un hierro con la punta afilada subían y bajaban para romper el pavimento; una especie de cortafierros gigante que hacía los surcos necesarios para colocar los caños de desagüe.
La última apreciación es indispensable para entender de qué se habla cuando se pone en juego el tema de los desagües. Por un lado, están aquellos que se encuentran bajo tierra. Desde la superficie sólo se pueden divisar alcantarillas, bocas de tormenta o sumideros; los caños recorren la ciudad bajo el asfalto para llevar el agua hacia el río. Por otro lado están los desagües a cielo abierto. Son las zanjas que separan las veredas de las casas de las calles y si bien cumplen con la misma función de drenar el agua, tienen la particularidad de recibirla desde el cielo sumándola al agua que transportan.
Mitos y realidades
“Cuando llueve mucho allá arriba, San Pedro se inunda”, se escuchó esgrimir confiado a un chacarero que miraba al noroeste sin más explicación científica que la historia de su vida. ¿Tiene esto alguna explicación o es apenas un dicho popular más? La tiene. El recorrido comenzó en la ruta camino al Aeroclub. Por allí y por la Provincial 191 baja el agua proveniente de “allá arriba”.
El destino final de aquel torrente es el río pero en su camino no tendrá más remedio que encontrarse con el casco urbano. La ruta camino al aeroclub tiene un desagüe a cielo abierto y aquí comienzan los problemas. Aquel frentista que tuvo que construir su casa a la vera de ese callejón se encontró con un escollo a resolver: una zanja lo separa del asfalto y como los autos todavía no pueden saltar o volar terminan fabricando una “entrada de garaje” con el caño necesario para dejar pasar el agua. Allí, el libre albedrío juega una mala pasada. La única regulación imperante es el mercado; más precisamente, el bolsillo del frentista. Así se pueden observar caños, cañitos, puentes improvisados con ladrillos, montículos de tierra con agujeros y basura, mucha basura.
Cuando se habla de agua, lo que no pasa, queda y busca otro curso pero nunca desaparece. No se puede esconder debajo de la alfombra. El agua que baja se acumula y se suma a la que cayó en esa zona, rebasando y provocando encharcamientos e inundaciones.
En la ruta 191 se produce un fenómeno similar con el agravante de la actividad productiva que se lleva a cabo en esa zona. A partir del km 4, aproximadamente se pueden ver frentes que hicieron desaparecer las zanjas bajo el cemento de sus construcciones, lo que obliga al agua a drenar sobre la ruta, que a su vez la vuelva a descargar hacia sus costados. Otra vez, los controles brillan por su ausencia.
A mitad de camino
Con un recorrido plagado de obstrucciones, el agua continúa incansable hasta llegar a las puertas de la fábrica Arcor, donde ambos caminos (el del Aeroclub y la Ruta 191) se funden y cruzan por debajo de las vías del ferrocarril.
A la altura de Lucio N. Mansilla y Mitre se abren dos desagües en forma de C que bordean el casco urbano de la ciudad. Uno hacia el sur y el otro hacia el norte. Aquel que drena en dirección sur termina su recorrido en una alcantarilla ubicada entre el club Náutico y el club de Pescadores, que está a simple vista.
El que drena en dirección norte sigue su camino por Mansilla hasta la entrada de “El Sueño del Tano”. Quien recorra ese camino observará, abajo a la izquierda, que la zanja es prominente: tiene más de 10 metros de profundidad y puede resistir un gran afluente de agua. Sin embargo, su estado es deplorable. Enormes pastizales y cantidades industriales de basura se conjugan para mostrar la irresponsabilidad de los vecinos y la desidia de las autoridades. Este desagüe vuelve a rotar al norte en la puerta del parque temático y llega hasta un bajo que lo conduce hasta el río.
Desagües y desguaces
Desde la década del 80 en adelante el crecimiento de la ciudad ha sido muy importante. Desafortunadamente la planificación y el sentido común no acompañaron este desarrollo, y la proliferación de casas, calles y barrios “a la que te criaste” trajeron sus graves consecuencias.
Cuando se asfaltó la calle 11 de Septiembre se colocó un caño aliviador por debajo y esto marca un antes y un después: no sólo en el tiempo sino también de la propia avenida. Los problemas de nivel están a la vista. En su intersección con Mansilla es tal la diferencia que se siente la escalada en las pantorrillas al cruzar la calle.
Apenas a dos cuadras se produce un fenómeno muy particular. En la esquina de Bottaro y Albandea hay una laguna casi permanente. Todas las calles fluyen en esa dirección. Los vecinos, hartos del problema, cometen la irregularidad de realizar pequeños pozos que drenan el agua hacia la cloaca, con todos los inconvenientes que provoca en otra red que está más que complicada.
De 11 de Septiembre hacia el norte la situación es más grave aún. Las manzanas fueron apareciendo sin control y las zanjas varían en su tamaño y dirección en forma caótica, siendo por momentos hasta inexistentes. Tierra, barro y basurales dominan el paisaje desolado donde ni el CIC, obra pública nacional, tiene alcantarilla.
Todos a los botes, manos a la obra
Un recorrido de tres horas alcanza para tener un panorama general de los desagües que tiene la ciudad de San Pedro, sin más conocimientos que el de un simple periodista. A todas luces se puede ver que la solución no requiere de una obra de enorme envergadura. No se trata de traer gas desde Bolivia sino de hacer las obras necesarias para alivianar los desagües, reconstruir los sumideros destruidos, limpiar y destapar las bocas de tormenta, corroborar que los vecinos coloquen en las zanjas los caños que correspondan… En definitiva, ocuparse.
En el contexto de las catastróficas condiciones climáticas de los últimos días, la ciudad puede considerarse afortunada. Es un milagro de la naturaleza y virtud de sus fundadores que esté emplazada a tan gran altura y que sus pendientes ayuden a evitar una tragedia. Aún hoy hay que agradecerle a esa obra de Donatti que mantiene el agua fuera de las calles del área más céntrica de San Pedro.
Eso sí, es necesario retomar la senda de una ciudad pensada, planificada y diagramada que apunte a mejorar la calidad de vida de los vecinos y que no deje a sus pobladores cual indefensos barquitos de papel.
Podría haber sido peor
La subsecretaría de Obras Públicas que conduce Carlos Codern indica que cambió en cuatro meses 1000 tubos en diversos puntos de la ciudad, en el marco de la tarea de limpieza de los desagües pluviales.
El Director de Planeamiento Santiago Barceló aseguró que había sectores donde no se limpiaba “por lo menos desde hacía diez años”, con tubos llenos de barro que impedían el paso del agua.
Hubo sitios donde reemplazaron los tubos de cruces de calles y hasta tuvieron que bajarlos unos 10 a 15 centímetros para que el escurrimiento tuviera lugar. El funcionario sostuvo que de no haber hecho esa tarea de limpieza, las consecuencias de la lluvia caída hubiesen sido mayores. Claro está que la tarea es de imperiosa urgencia y planificación para cualquiera que asuma como intendente en Diciembre.