Las consecuencias de la larga medida de fuerza, emprendida por las entidades ruralistas, repercutieron fuertemente en todos los sectores. Este eufemismo militar, que se refiere al daño que se le provoca sin intenciones a los civiles en el transcurso de un conflicto armado, parecía encajar perfectamente, en este escenario.
Si en toda lucha existen los “daños colaterales”, en la pelea entre el gobierno y el campo fuimos todos los consumidores de la Argentina, las víctimas, del gran “daño colateral” del conflicto.
Porque en definitiva fue la población la que sufrió y seguirá sufriendo las consecuencias del desabastecimiento de los productos del agro, es que este “daño colateral” se hizo sentir, y obligó a replantear a las entidades las futuras estrategias a seguir para evitar un enfrentamiento cierto con quienes a diario se todavía se encuentran con poca comida a precios que se han disparado más de la cuenta.
Todo fue color de rosa al principio entre los ruralistas y los pueblos del interior. Es que la empatía frente a estos chacareros liderados por un hombre sin dientes, que se animó a decirle que no a un gobierno que no tolera la indisciplina fue automática. La gente del interior decidió apoyar al campo.
Pero la estrategia del campo de desabastecer al país, comenzó a desgastar esa base de sustentación en las ciudades que “bancaban” los piquetes. Escasez, inflación, y desabastecimiento, fueron los condimentos de la monotonía culinaria de los últimos días.
El paro de quienes originan la cadena productiva en nuestra región, cortó la cadena de distribución y la venta minorista. Esto implicó una gran cantidad de empresarios y comerciantes trabajando a media máquina, o directamente cerrando sus puertas.
Cientos de transportistas que se dedican al cereal, varados en sus casas. Carnicerías y verdulerías cerradas. Trabajadores rurales sin la posibilidad de percibir los jornales que tenían previstos para esta fecha. Avivados que aprovecharon para ajustar sus precios a “economía de guerra”. Demasiado para un mercado regional fuertemente relacionado con el campo, cuya cadena de pagos se vio colapsada a raíz del conflicto.
Los compromisos individuales, los cheques diferidos, las relaciones con los proveedores, todo quedó dañado, incluidos los compromisos bancarios que hubo que asumir aunque no entrara un sólo peso a la empresa.
Los ejemplos, siempre resultan más contundentes que las palabras. En Arrebeef, por ejemplo, ochocientos operarios estuvieron parados durante días esperando la llegada de hacienda. Sólo en ese establecimiento se faenan habitualmente mil cabezas que tienen como destino el cumplimiento de compromisos con el exterior y el abastecimiento del mercado interno. En una economía pequeña, esos ochocientos jornales desaparecieron del circuito y complicaron las finanzas de la empresa al cortarse la cadena de entregas.
Un criador de pollos de la zona, se vio obligado a dejar morir los 25.000 animales de una tanda que estaba lista para entregar a la empresa que los distribuye, porque el alimento no llegó a tiempo.
Durante los primeros días de la medida de fuerza, un barco que cargaba en un puerto de la zona, pagaba el triple por camión de cereal que llegara para completar la carga. La carrera por caminos alternativos fue infernal tratando de burlar los controles que realizaban los productores cuando la medida de fuerza estaba en su apogeo, pero es claro que era preferible arriesgar con tal de obtener semejante rendimiento por la mercadería.
Un empresario tenía la semana pasada, trece aviones que debían cargar bolsas de semillas en tierra, porque no llegaba su mercadería. Hasta hoy no se sabe si pudo cumplir con su compromiso de exportación.
La venta de combustibles también se vio resentida a punto tal que el transporte público canceló algunos servicios de larga distancia.
El lunes comenzaron las cargas de frutas en el puerto local, algo que permitió que los trabajadores comenzaran a recuperar los jornales por su trabajo.
Las amas de casa, acusaron precios insólitos, leche a $ 4,60, huevos a $ 8, milanesas de pollo a $ 20 y los circuitos de “ingreso clandestino” que le dieron la oportunidad a algunos inescrupulosos de comercializar sus productos con tarifas increíbles.
Con ese panorama hasta el Consejo Escolar se vio obligado a suspender licitaciones para los comedores y modificar el menú que consumen a diario los alumnos.
Es cierto que la sociedad argentina, no sabe demasiado de resistencia o ausencia total de algunos alimentos, pero la contrapartida de la medida de los ruralistas cayó como balas de plomo, sobre quienes más necesitan y lógicamente los asalariados que llegaban con lo justo para el fin de mes.
Atinadamente en San Pedro, no se prohibió el ingreso de mercadería y desde el jueves pasado, la única preocupación que se escuchaba por parte de los manifestantes, se centraba en la estrategia para recuperar la cadena de abastecimiento.
Tal vez sea por eso, que el apoyo de aquellos que no tenían vinculación directa con el campo, diminuyera durante los últimos días.
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