Desesperado alerta de un papá por el profesor que abusó de su hija y de otras dos alumnas más
Una de las víctimas del profesor acusado está internada. Otras dos esperan las pericias que permitan el avance judicial. El papá de una de las denunciantes pidió que se informe a toda la comunidad educativa para que los padres de la Agraria y de otros establecimientos donde se desempeñaba el docente consulten a sus hijos.
Quebrado por la situación que desde principios de agosto se transformó en su infierno el papá de una nena de trece años que desde ayer está internada porque intentó quitarse la vida llegó a La Opinión para encender todas las alarmas que permitan que otras familias no vivan el calvario que les ha tocado a ellos.
La alumna de la escuela Agraria que el año pasado llegó a la institución encantada por el tipo de clases y actividades que brindaban tenía excelente conducta y calificaciones. Cada tanto relataba entusiasmada el modo en que había aprendido a defenderse de las “ortigas sin respirar” y volvía contenta de las extensas jornada a campo abierto donde disfrutaba de alimentar y aprender sobre la vida de los conejos.
Este año comenzaron sus problemas de conducta, los llamados de atención y hasta la negativa a querer concurrir los días en los que “le tocaba la clase con este profesor de taller”.
Lloraba, guardaba silencio, llamaba a su madre para que la retire del establecimiento y se la veía triste. Nadie sabía lo que le pasaba porque a esa edad, cuando la adolescencia despierta, es difícil trazar los límites entre el comportamiento de un maestro simpático y canchero para todos pero dispuesto a “toquetearle las partes íntimas cuando se agacha para hacer alguna tarea o a apoyarla para enseñarle a manejar la carretilla”. Ese es el relato de una nena a la que le costó confesarle a su madre tras las vacaciones de invierno el motivo por el que no quería volver a la escuela.
“Estaba como retraída, triste”, dijo su papá esta tarde envuelto en lágrimas de impotencia. “Yo ya sé que hay leyes y que no se puede identificar a la víctima y que no quieren que hable con los medios, pero lo de ayer me llevó a pensar que otra piba pueda hacer lo mismo”. Ayer cuando terminaba la tardía reunión a los que convocaron a padres del establecimiento en Río Tala, llegó en un suspiro junto a su esposa a la casa en la que la primera de las víctimas denunciantes había buscado terminar con su vida.
Hastiado de excusas y hasta el silencio que se les impuso a los alumnos desde el primer día “para no afectar a la escuela”, rompió el silencio aún con la esperanza de que los papás hablen con sus hijos y pregunten qué pasaba con el profesor treintañero que desapareció del establecimiento apenas se conocieron sus conductas.
“Me di cuenta porque mi hermano se enteró en una carnicería”, dijo para ilustrar que aquel silencio que le impusieron para “no vulnerar la identidad y los derechos de la víctima” no servía para nada porque apenas intentó que la alumna siga normalmente con sus estudios desde el establecimiento le dijeron que “era mejor que faltara unos días”. Nada cierra hasta que relata que cuando se enteró le sobrevinieron dudas; le parecía imposible que esto pase puertas adentro del establecimiento. Hoy vive con la culpa de no haber percibido antes las señales de su hija y de las otras dos alumnas que en distintas circunstancias llevaron su demanda a la comisaría.
Hoy son tres, “mañana pueden ser muchos y también quiero decir a los de la Escuela Industrial porque ahí también daba clases”, indica para reforzar la decisión de toda su familia para salvar a otras adolescentes que puedan haber sido víctimas del proceder perverso y del tortuoso camino que desde la justicia espera con exámenes clínicos en “las mismas partes que el tipo la tocó” y cámara Gesell.
“A ella le pusieron una psicóloga, nosotros no sabemos qué hacer”, señaló en otro tramo de la nota y también en relación a los consejos que ha recibido para contratar a un abogado que siga el caso. “Lo voy a pagar, para eso tengo dos brazos”, dijo el hombre en relación al desconcierto que siente frente a la realidad que ahora enfrenta porque su hija ya no volverá al lugar que había elegido para estudiar.
Sus compañeros, sus profesores, los directivos y el mundo adulto deberían proporcionarle seguridad, alegría y garantías de que nunca más sucederá que los grandes se distraigan de las obligaciones que tienen y mucho menos solicite a los niños llamarse a silencio.
Tuvo que ponerse nervioso y llegar a la Jefatura Distrital el pasado lunes para que le prestaran atención. Decir “voy a ir a los medios” para que a las acciones emprendidas en la Agrotécnica se sumen las que había que poner en marcha en la Escuela Industrial.
En las próximas horas otras dos alumnas reforzarán el expediente en el que se juzga la conducta de un profesor que goza de todas sus libertades y que el sistema educativo mandó a trabajar en otro destino “sin que tenga contacto con alumnos”.
Comentarios
Para comentar, debés estar registrado
Por favor, iniciá sesión