El viernes por la mañana, una mujer se presentó en Prefectura para dar un testimonio fundamental para la investigación. Se trata de la madre de una joven que es novia de un muchacho oriundo de Río Tala al que se sindica como el que fue a buscar a Branto Ayala en moto a la esquina de Salta y Arnaldo.
Los registros de las cámaras de seguridad y los testigos lo muestran siempre con casco, por lo que hasta ahora el único dato respecto de su presunta identidad es el que aporto esta señora.
La mujer dijo a la Justicia lo que su hija le relató al regresar el jueves a la casa familiar de la que se había ido hacía poco, con sus hijos, para vivir junto a su novio en Baradero, en el departamento que es más bien una “pocilga” que está ubicado en la parte de atrás de la casa precaria del abatido Pablo Morel.
La joven le contó a su madre que en esa casa escuchó hablar del asalto. Que alguien dijo que tenía el dato y el resto decidió avanzar en el plan. A llegar a su casa en San Pedro, en un remis, dijo que su novio se había ido a “Buenos Aires”, presumiblemente a alguna ciudad del conurbano, a la casa de una tía, con sus hijos, los de él y otra mujer, domiciliada en González Catán, La Matanza.
Él se fue a Buenos Aires en remis y la quería mandar a ella a esconderse a la casa de “un gordo” cuyo apellido no fue pronunciado. Ella prefirió ir donde su madre, que al conocer el relato decidió reproducirlo ante las autoridades.
El Fiscal reúne elementos para que la orden de detención que quiere pedir tenga más sustento, ya que por ahora sólo tiene la historia que refirió la señora, muy verosímil por cierto.
El joven en cuestión no nació en Río Tala pero ese pueblo fue su hogar. Allí creció, fue al colegio, jugó al fútbol de chico y trabó muchas amistades. En esa localidad murieron sus padres, producto de las consecuencias del HIV.
Había quedado a cargo de sus abuelos, dos reconocidos vecinos del pueblo. Desde “Buenos Aires”, como se llama a todo lo que esté más allá de Escobar, lo reclamaban otros parientes. Estuvo un tiempo con ellos. Cuando volvió a Río Tala, ya era adicto. En su barrio dicen que su abuelo, ya viejo, murió afligido por el cambio de su nieto.
Comenzó a frecuentar las banditas de delincuentes del pueblo. Muerto su abuelo, vendió la casa para comprar una en un barrio usurpado, por pocos pesos, donde fue a vivir con su abuela y su pareja, la madre de sus hijos.
Ambas mujeres sufrieron sus arrebatos violentos. La joven decidió dejarlo y se fue. Su abuela, un buen día, también dejó la casa, aunque aseguran que él seguiría cobrándole la jubilación.
Hay quienes lo sindican como uno de los últimos en ver con vida a Nicolás Castillo. Eso lo convirtió, en algún momento, en uno de los tantos sospechosos. Vinculado a las redes de venta de drogas al menudeo, también se lo ubica dentro del auto del que salió la balacera que acabó con la vida de Jesús Gutiérrez. El 24 de febrero cumplirá 26 años. Tiene tres nombres, los tres bíblicos, y un apellido italiano.