Eusebio Laprida, un héroe de la Vuelta de Obligado que tiene calle, sobre el que escribió Borges y que no todos recuerdan
Quién fue Eusebio Laprida, el hombre que combatió en la Batalla de Vuelta de Obligado por la que el país conmemora este 20 de noviembre el Día de la Soberanía Nacional y cuyo nombre aparece en un afamado cuento de Jorge Luis Borges.
Desde calle Pellegrini y hasta La Tosquera, entre Italia y Goycochea, San Pedro tiene una calle que se llama Laprida. Aunque lo primero que se viene a la mente cuando suena ese apellido es don Narciso, el presidente del Congreso de Tucumán que declaró la independencia argentina, la arteria que desemboca en el barrio Los Cazadores recuerda a otro héroe de la patria: Eusebio Laprida, que combatió en la Batalla de Vuelta de Obligado por la que el país conmemora cada 20 de noviembre el Día de la Soberanía Nacional y cuyo nombre aparece en un afamado cuento de Jorge Luis Borges, el más grande de todos los escritores de este país.
Hijo de José Ramón Laprida, español, y Agustina Acevedo, criolla, y hermano del Comandante de San Pedro general Cayetano Laprida, nació en este pueblo el 5 de marzo de 1829. Tenía 16 años cuando se incorporó al Regimiento Nº 4 de Milicias de Campaña que conducía el coronel José María Cortina y que estaba compuesto íntegramente por sampedrinos. Ese año se había casado con Francisca Navarro, oriunda de San Nicolás, con quien tuvo 11 hijos. Tras enviudar, en 1881, contrajo matrimonio con Concepción Carrasco, oriunda de Rojas, quien también falleció antes que él.
Dos grandes referencias tiene Eusebio Laprida en la Argentina: su rol militar en importantes batallas tras la Independencia y la aparición de su nombre en un memorable cuento de Jorge Luis Borges, Biografía de Tadeo Isidoro Cruz, el mismísimo Cruz del Martín Fierro, que según relata esa historia estuvo al mando del sampedrino en la contención de la frontera en aquellos turbulentos años del siglo XIX.
Cayetano Laprida, hermano de Eusebio y comandante de San Pedro durante varios años
Una carrera militar al servicio del país naciente
La Batalla de Cepeda, una de las más importantes de la construcción de la República, tambien tuvo a Eusebio Laprida como protagonista
La Batalla por la que el país conmemora el Día de la Soberanía Nacional ocurrió el 20 de noviembre de 1845. Hacía poco más de cuatro meses que el joven Eusebio Laprida, de 16 años, se había iniciado en la carrera de las armas. Sargento, bajo las órdenes del general Lucio Norberto Mansilla, estaba a cargo del abastecimiento de municiones a las baterías, con carros y bueyes.
En pleno combate, cuando las bombas anglofrancesas mataron a los bueyes y destrozaron los carros, al sargento Eusebio Laprida le tocó ayudar directamente a Mansilla, quien le encomendó retirar a la gente de las baterías. Laprida fue herido en esa misión. Logró hallar al comandante Alsogaray –aquel por el que la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner saludó en un acto oficial al deportista olímpico sampedrino Julio, su descendiente– y al comandante Pérez, más cuatro soldados, que se unieron al general.
Ascendido a alférez, Laprida quedó en el Regimiento bajo las órdenes del comandante Facundo Quiroga en Vuelta de Obligado y luego, junto a una veintena de camaradas de armas, fue asignado como prefecto del puerto en San Pedro para vigilar el movimiento de buques enemigos. El año 1846 lo encontró en la batalla de la Angostura del Quebracho, Paraná al norte, donde el fuego local inició tras el grito de “viva la soberana independencia argentina” por parte de Lucio Norberto Mansilla. Ese combate, ocho meses después del de Vuelta de Obligado, selló el destino anglofrancés, que un mes más tarde presentaría su retiro ante Juan Manuel de Rosas.
La carrera militar de Eusebio Laprida lo encontró teniente segundo de su Regimiento en Ramallo. En 1852 participó del Combate de Álvarez y el 3 de febrero en Caseros. La derrota de Rosas lo trajo de regreso a San Pedro, hasta que la Revolución de septiembre lo llevó a estar al frente de 80 soldados que enfrentaron a 200 correntinos y lograron su rendición en la Cañada de los Cueros.
Ya ascendido a capitán por el gobernador Valentín Alsina, marchó al sitio de Buenos Aires que encabezó el coronel Lagos. Levantado ese asedio, fue promovido a sargento mayor de Caballería de línea por orden de Urquiza y al frente de 40 santiagueños se batió en 1854 en la recordada batalla de El Tala.
También combatió, junto al general José María Flores, en la batalla de las Lagunas de Cardoso contra Paunero y Mitre, donde a pesar de la adversidad tuvo un comportamiento heroico que permitió salvar a los 22 heridos de su grupo, entre ellos él mismo; también entre ellos, según Borges, Tadeo Isidoro Cruz, el amigo de Martín Fierro.
Luego, ya teniente coronel de Milicias, Laprida participó de la campaña de Cepeda y 1861 lo encontró en Pavón, bajo las órdenes de López Jordán. “Viendo que no se podía seguir adelante sin sacrificar al país, me separé del Ejército”, relató en su exposición de servicios. La Revolución de 1874 lo encontró otra vez en la línea de fuego, al frente del Regimiento de Guardias Nacionales de Rojas para combatir a los rebeldes.
El 13 de septiembre de 1877, a los 48 años, se batió a cuerpo con los indios en el Fortín de Mercedes y salvó a la población en cautiverio. El gobernador Carlos Casares dejó escrita su gratitud y felicitación “por el bizarro papel” desempeñado en lo que calificó de “hazaña”. A los 50 marchó con 100 hombres para “perseguir a los indios Ranqueles” en lo que se denominó la campaña del Río Negro.
En el 80 disolvió grupos rebeldes en Lincoln y hasta el año siguiente fue comandante de la Guardia Nacional de Rojas. Luego fue intendente del Cuartel de Caballería e intendente del Cuartel del Regimiento 2 de Artillería. El 2 de mayo de 1898, a los 69 años, falleció en el Hospital militar, dos años después de su retiro de servicio. Eran las 8.30 de la mañana.
Laprida, Cruz y Borges
“El veintitrés de enero de 1856, en las Lagunas de Cardoso, fue uno de los treinta cristianos que, al mando del sargento mayor Eusebio Laprida, pelearon contra doscientos indios. En esa acción recibió una herida de lanza”, dice Jorge Luis Borges en su cuento Biografía de Tadeo Isidoro Cruz.
En esa celebrada obra literaria, el laureado escritor argentino reconstruye la vida de Cruz desde su nacimiento en la zona rural de Pergamino hasta su muerte, producto de una viruela negra en 1874, campo adentro en las tolderías, no sin pasar por dos episodios fundamentales en su historia.
Uno, cuando en 1849 le tocó ir a Buenos Aires con una tropa y mató a un peón que se burló de él; el otro, su deserción para impedir “que se mate a un valiente”, en 1870, cuando incumplió la orden de apresar a un malevo que debía dos muertes a la Justicia y que no era otro que Martín Fierro. Eso también fue en julio, un día 12. “Comprendió que un destino no es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva adentro”, escribió Borges en su relato.
Tadeo Isidoro Cruz había sido apresado luego de fugarse tras matar al peón que lo había burlado. Había opuesto resistencia y malhirió a varios de la partida policial que lo había cercado. Desarmado que fue y recuperado de las heridas en antebrazo, hombro y mano izquierda, el Ejército le aplicó su función penal y fue soldado.
Lo destinaron a un fortín a la frontera Norte, como soldado raso, donde tuvo oportunidad de combatir, durante muchos años, por la provincia de Buenos Aires y junto al sampedrino Eusebio Laprida fue parte de aquella resistencia a las fuerzas porteñas al mando de Wenceslao Paunero y Bartolomé Mitre en las Lagunas de Cardoso.
Luego Cruz fue padre y con una fracción de campo se aquerenció en Pergamino hasta aquella noche, la que, dice Borges, “bien entendida, agota su historia”. Antes de señalar que el sargento de Policía que desertaría para impedir la muerte de Martín Fierro no sabía leer, el escritor dice que “los actos son nuestro símbolos” y que “cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”.
“Gauchos idénticos a él nacieron y murieron en las selváticas riberas del Paraná”, dice Borges. Habla de Tadeo Isidoro Cruz pero también podría hablar de nuestro Eusebio Laprida, ese que tiene una calle que lleva desde Pellegrini hacia La Tosquera, más allá de camino Crucero General Belgrano. Ambos, después de todo, vivieron, “eso sí, en un mundo de barbarie monótona”
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