FRUTILLAS
Las que hoy consumimos tienen un origen casi romántico.
Surgieron del cruzamiento entre dos especies muy diferentes de frutillas: la chilena y la virginiana.
En 1712, un espía enviado por el rey Luis XIV llegó a las costas de Chile para hacer mapas de los puertos que tenían los españoles.
Llamó su atención una frutilla que no se conocía en Europa, quellghen para los mapuches, de color casi blanco y de gran tamaño.
Volvió a Francia con unas cuantas plantas, pero, con un viaje en barco tan largo, sólo 5 llegaron vivas y ninguna dio frutos.
Resulta que eran todas plantas femeninas: los sexos separados en las frutillas no eran conocidos en esa época.
Como las plantas del espía daban hermosas flores y podían multiplicarse por gajos, pronto se distribuyeron por parte importante de Europa y fueron muy populares como especie ornamental.
Pasaron 50 años.
En 1764, un joven botánico descubrió que si a estas plantas se las cultivaba cerca de plantas masculinas de frutilla silvestre europea, se producía la polinización y se cosechaban frutos, aunque no muy sabrosos.
Recién cuando la frutilla chilena se cruzó con otra llevada a Francia desde América del Norte, la frutilla virginiana, se obtuvo el híbrido que conocemos, con frutos rojos y carnosos.
Dos frutillas americanas tuvieron que encontrarse en París para que surgiera una fruta exquisita.