“La señora del intendente”, la película que Isabel “Coca” Sarli filmó en San Pedro
La actriz falleció el 25 de junio pasado, a un mes de este nuevo aniversario de la declaración de San Pedro Ciudad. Ícono del cine argentino, en 1967 estrenó La señora del intendente, una película de Armando Bó que filmó durante alrededor de 45 días en San Pedro, protagonizada junto al reconocido Pepe Arias. Para el film se utilizaron diversas locaciones, con epicentro en el restaurante de Lorenzo Zapata, frente a la plaza Belgrano. Una gran cantidad de sampedrinos participaron como extras en diversas escenas.
El 25 de junio pasado, un mes antes de que San Pedro cumpla 112 años desde su declaración de ciudad, murió Isabel “la Coca” Sarli, uno de los símbolos más relevantes de la historia del cine argentino.
Actriz, vedette y primera sex symbol del país, estuvo internada casi un mes en el Hospital Central de San Isidro hasta que su hija confirmó la noticia, que provocó homenajes en todo el país.
Había nacido el 9 de junio de 1935 en Concordia, Entre Ríos. Su padre, una buena mañana le anunció a su familia que cruzaba al Uruguay a ver si conseguía un trabajo mejor y no volvió más. La Coca y María Elena, su madre, se quedaron solas.
No tenía 20 años la secretaria Hilda Isabel Gorrindo Sarli cuando entendió que sus 115-64-92 se llevaban todas las miradas de los hombres y dejó la máquina de escribir por el modelaje –en 1955 fue Miss Argentina y compitió por el título de miss Universo en Estados Unidos–y la actuación, que le depararon el destino de mito con el que se la recordará por siempre.
La versión cinemtográfica de una novela del prócer paraguayo de las letras Augusto Roa Bastos, El trueno entre las hojas, fue el puntapié inicial de muchas cosas: su carrera en el cine, su amor con Armando Bó, su primer desnudo, mientras se bañaba en un lago. Era 1958.
En San Pedro tuvo lugar el proceso de filmación de una de alrededor de 30 películas que protagonizó bajo la dirección de Armando Bó, el amor de su vida: La señora del intendente, una comedia con el gran Pepe Arias –su último estreno en la pantalla grande– que cuenta la historia de un médico de pueblo que quiere ser intendente y lo logra gracias a su amorío con una joven codiciada que atiende en el restaurante al que van todos los hombres más a comerla con la mirada que a almorzar a o cenar.
Plagada de chistes políticos que siempre pueden ser relacionados con la actualidad, toda la historia tiene como fondo el pueblo de San Pedro de la década del 60: las plazas, la Municipalidad, las calles del centro, sus comercios, el boulevard que oficia de balcón del Paraná, la bajada del Náutico y también personajes propios de aquella joven ciudad que se prestaron a participar en la película.
La señora del intendente, filmada íntegramente en San Pedro, se estrenó en 1967. En la línea de La mujer del zapatero, la película es una comedia dirigida por Bó con el mismo elenco: Isabel Sarli, Pepe Arias, Pepita Muñoz, Héctor Calcaño.
La obra narra la historia de un médico de un pueblo denominado Ombú Quemado que se postula a intendente, don Amable Gambetta, y que en medio de la campaña se casa con Flor Tetis, la hija de la viuda dueña del restaurante del pueblo, que debe impuestos municipales y sabe que él tiene dinero.
Ese restaurante donde se filmó la mayor parte de las escenas era el de Lorenzo Zapata, frente a la plaza Belgrano. Un hermano de Armando Bó que era viajante y representaba a una empresa de café, le comentó a don Lorenzo que estaban buscando un lugar. Eso sí, “cóbreles antes, porque son difíciles”, le advirtió entre risas, pero en serio. Los artistas tenían mala fama, pero según cuentan en la familia Zapata, cumplieron a rajatabla con lo convenido.
Lorenzo aceptó y en aquellos días de frío, cuando ya gobernaba la dictadura autodenominada “Revolución argentina” comanda por el general Juan Carlos Onganía, que había irrumpido en el poder tras derrocar al gobierno de Arturo Ilia, el equipo de filmación se instaló en San Pedro. Fueron alrededor de 45 días en los que revolucionaron al pueblo.
Eran muchos. Comandados por Armando Bó, con su hijo Víctor, de 23 años, que actuaba en la película como Rosendo, el tercero en discordia; con Pepe Arias y la Coca Sarli; con Carlos Galletini, guionista y director de cámaras.
En lo de Zapata almorzaban, cenaban, filmaban las escenas interiores, guardaban el equipamiento y preparaban el set para cada jornada de trabajo, que comenzaba temprano y terminaba tarde.
Allí, a Sarli la pintaban con un rodillo, de cuerpo entero, de color naranja, para que su piel resaltara ante la cámara. Se filmaba en blanco y negro, claro. Como en todas sus producciones, la diva iba siempre suelta de ropas en escena y su escote brillaba, literalmente, en el cuadro. Mientras esa tarea se desarrollaba, no faltó el que cobró unas monedas a sus amigos para espiar por una cerradura
En la película hay una escena en la que se ve a Sarli salir del restaurante y cruzar la plaza Belgrano. La sigue una multitud, mientras ella dialoga con su madre. Lo que sucede allí es real: eso provocaba en los jóvenes y no tanto del San Pedro de entonces aquella exuberante mujer. Quienes miren la película –que el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales restauró y puede verse, por ejemplo, en YouTube– podrán reconocerse o reconocer a vecinos y curiosos que se acercaron para ese momento del film.
Los hijos de Zapata, María Rosa, Raúl y Daniel, tenían 16, 14 y 6 años. Al más chico, la Coca solía sentarlo en su falda. Él lo recuerda bien y en su familia lo confirman entre chistes sobre todos los que lo habrán envidiado.
Los recuerdos de su estancia en San Pedro la pintan a Sarli como una persona amable y muy afectiva para con la gente con la que le tocaba trabajar, sin dificultades para el trato con quienes se acercaban o con aquellos con los que tenía que compartir un momento, fueran o no del elenco estable que la acompañaba.
“Muy simple, sencilla, nada de estrellato, generosa con todos, con los mozos, con toda la gente. Todos la recuerdan con inmenso cariño”, contó María Rosa Zapata a La Opinión y recordó una anécdota con su madre: “Era muy afectiva con mi mamá, que era muy callada. Le acercaba unos tecitos, estaba muy engripada y seguían filmando, mi vieja le tocaba la rodilla, como diciendo ‘pobrecita’. Ella era muy atenta”.
Cuentan que el guion se creaba prácticamente en el momento, de acuerdo a propuestas del elenco o de situaciones que se generaban para hacer atractiva la trama.
Hay una anécdota sobre la que en la película hay un chiste pero que para Sarli fue acaso uno de los pocos momentos desagradables en San Pedro y que da cuentas de esa improvisación, en este caso a cargo de Pepe Arias.
En una propiedad de la familia Zapata, ubicada en 11 de Septiembre y San Lorenzo, donde hoy funciona un complejo turístico, a la Coca le gustaba ir a tomar sol. En una oportunidad, un desubicado de esos que nunca faltan se le acercó con fines non sanctos. Como aparecía en escena ligera de ropas, en plan sensual y seductor, parece que a alguno se le ocurrió que podría abordarla sin preguntar. Casi fue un escándalo, pero no pasó a mayores. Por eso, en una escena en la que Flor Tetis acompaña al candidato Gambetta en una especie de acto político en el que le hablan al pueblo desde arriba de un auto, cuando la ayuda a bajar, Pepe Arias le advierte: “Cuidado que hay tocadores”, en clara alusión al “toquete” que se había querido sobrepasar con la actriz.
Armando Bó e Isabel Sarli se alojaban en el hotel de Carlos Fiore, en Pellegrini y Ruiz Moreno, que para esa época ya regenteaba su hija, doña Santusa Fiore de Conti. De allí salían a diario rumbo a lo de Zapata para la jornada de filmación.
Entre las locaciones que se reconocen como bien sampedrinas en el film, aparece la esquina de Fray Cayetano Rodríguez y Bottaro, donde funcionaba la imprenta de Enrique Nieto de Torres. Hay una recordada escena, con Víctor Bó y la Coca Sarli, en la que el periodista Rosendo Hernández y la señora del candidato a intendente discuten sobre el rol del diario Mi Conciencia.
Hernández es un personaje central de la historia. Desde ese diario, publica notas que buscan desenmascarar la trama de corrupción en la que se desarrolla la candidatura del médico con el que se casa el personaje de Sarli.
“Sírvase, es para su conciencia”, le dice Flor Tetis a Rosendo, con un fajo de billetes en la mano. Él rechaza el dinero pero duda ante la seducción de la Coca, que le pide por ella y por Gambetta. El titular del diario de la jornada siguiente fue: “Impúdica política de Amable Gambetta”. La prensa no cedió ante el dinero o la sensualidad.
Hay otra escena similar que hay quienes aseguran fue filmada en lo que fue la sede del diario La Palabra, en la que Víctor Bó hace un parlamento en defensa de un “partido único y popular que una a los argentinos en una idea común”, en un discurso que atraviesa la política argentina desde tiempos inmemoriales, relacionado con poner fin a los enfrentamientos en busca de una síntesis. Hay allí un acto que hoy puede ser leído como expresamente machista: ante el reclamo de ella, el periodista la manda a “fregar pisos” y “no meterse en la política”, porque, dice, no es cosa de mujeres.
Finalmente, y a pesar de los intentos del periodismo por desenmascarar su corrupta campaña proselitista, Gambetta gana las elecciones. En la zona de calle Arnaldo, entre Mitre y Pellegrini, ante una multitud en la que, por supuesto, está lleno de extras sampedrinos, el intendente electo ofrece su discurso y su señora también: “Queridos compañeros de lucha. Yo, como humilde mujer, me siento orgullosa”, dice ella en un tono que es imposible no comparar con el de Evita. “El pueblo te aclama”, le dice él, que sabe que ella fue fundamental para su triunfo electoral.
Luego, la película transcurre en el Palacio municipal. Para el estreno en cines, ya no gobernaba el doctor Miguel Arana, electo en el 63, sino un comisionado militar, el teniente coronel retirado Otto Lancelle, que ya había estado al frente del Municipio, designado de facto, por supuesto, antes de que Arana ganara las elecciones con la UCR de Illia.
Pepe Arias / Amable Gambetta se sienta en el mismo sillón y en la misma mesa que hoy preside el despacho del jefe comunal. A su lado, Isabel Sarli, como “la señora del intendente”, ocupa otro sillón. Su primera reunión es con la “comisión calificadora”, el organismo censor.
Lo que sigue es una parodia de lo que sucedía en la época con las películas de Bó y Sarli: la comisión advierte que habrá una proyección de un film del director y la actriz. Entre alusiones a que “ella no es mala, él la echó a perder”, algo que se repetía en ciertos círculos del país, hay comentarios sobre películas extranjeras de contenido similar que son consideradas “arte”, porque son foráneas.
“Entre el popó de Sofía Loren y el de Isabel Sarli, la elección no es difícil. Quedémonos con el de Isabel, que por lo menos es popó criollo. Censura, no”, dice Gambetta tras asegurar que no prohibirá ninguna película.
La intendencia le dura poco a la pareja. Desde Buenos Aires llega el interventor enviado por el Poder Ejecutivo de la Nación. El personaje es interpretado por Antonio “el gordo” Veiga y lo cumple sin fisuras. A su lado hay otro sampedrino, que los conocedores de la época identificaron como de apellido Gargiulo.
Tras la intervención de Veiga, Amable Gambetta y Flor Tetis se van del gobierno. En la puerta de la Municipalidad, se despiden de la madre de ella. Hablan de la luna de miel, de París, champagne y Nueva York. “Mando postales, mando postales”, grita él y arranca el coche. Delante, corre el periodista Rosendo Hernández, que minutos antes habló en privado con la protagonista, detrás de un árbol.
La película también tiene escenas en la zona de la aduana y el Boulevard, en la bajada de Náutico, en el consultorio del doctor Miguel Arana. La mayoría son dentro del restaurante de Zapata, que cerró al público mientras la película se filmaba.
Los hermanos Ricardo “Yuyú” y Jorge Suárez, del almacén de enfrente, le dieron la mercadería para que la pagara cuando cobrara. A pesar de la advertencia del hermano de Armando Bó, don Lorenzo Zapata cobró en tiempo y forma, y así pagó. La relación con Bó y Sarli siguió. Él les enviaba a La Reja frascos de perdices al escabeche, filetes de pejerrey.
Al comienzo de la película, hay una escena de una actualidad sorprendente: Amable Gambetta habla con un dirigente de otro partido. Detrás, en la pared, hay un cuadro de Balbín. El otro le dice que su espacio lo quiere en su fuerza, pero que el candidato es él, lo que al médico no le convence.
Gambetta le dice que no y le advierte que formará su propio partido. Ya solo, piensa y duda. Baja el cuadro de Balbín y cuelga uno de Perón, a quien nombra sólo como “Juan”, puesto que su apellido estaba prohibido. “Perdoname, Chino, te mando al cajón”, le dice a Balbín.
“Juan, cómo te esperamos, somos muchos, qué bien te queda la ropa lustrosa”, le dice al cuadro de Perón. “Si él llegó, por qué no voy a poder yo”, se dice Gambetta, optimista, al borde la megalomanía. Piensa en la política, en ser candidato, en ganar la intendencia. “No hay nada más lindo que un balcón, poder decirles macanas al pueblo”, se relame.
Ese día empieza la campaña del intendente Amable Gambetta, el que fue del pueblo de Piojo Largo a Ombú Quemado. Mientras tanto, en el restaurante, ella, todavía su futura esposa, sirve mondongo a un público conformado en su mayoría por varones que se desviven por las curvas de Isabel Sarli, aquella joven nacida en Concordia que cuando se estrenó esa película tenía poco más de 30 años y ya era una estrella reconocida a la que todavía le quedaban décadas de esplendor. La misma que hace un mes pasó a la inmortalidad.