Lo que 2022 nos dejó: “100 años de una memoria impecable”
Para despedir el año que pasó y recibir el 2023, compartimos estas historias de vecinos e ideas que nos enorgullecen e inspiran. Cada una de ellas formó parte de las ediciones de La Guía Club, nuestra única publicación impresa luego de que La Opinión Semanario dejara de salir cada miércoles. Brindamos por los suscriptores que nos acompañaron este 2022.
Son varios hermanos los longevos. El año pasado fue su hermana. Este 2022, en el Día del Niño, le tocó a él celebrar el centenario de su nacimiento.
Dueño de una memoria sin baches, Antonio se animó a repasar los mejores momentos de su vida. Llegamos a Manuel Iglesias al 800. Allí detrás de la puerta alguien ya estaba con el celular en marcha para registrar la visita. Las fotos y los recuerdos que lo habitan mezclan los tiempos en las tierras que se llevaron las inundaciones y las tareas que lo muestran “pala en mano”, adaptándose a cualquier tarea aunque la salud haya querido golpearlo duro.
Arranca con el relato y cuenta que desde los dos a los setenta años, los vaivenes lo encontraron con sus hermanos y hermanas: “Nos quedamos en la isla. Ver los animales, las gallinas, todo para comer nosotros y si era necesario venía al pueblo, y se vendía la leña y traíamos para el pueblo”. Para cada inundación se preparaba en diversas tareas; albañil o peón de campo, cualquier tarea venía bien para soñar con volver cuando bajara el agua.

“La isla era como una chacra, porque era la mejor y en la que había de todo y todos trabajando. Después me casé y volví después de una creciente. Trabajé por Gobernador Castro, en una estancia de Laiz”. Entre las tantas producciones recuerda también los viñedos y el día en que su padre le regaló una vaca.
“Mi papá me regaló cuando estaba con ellos una vaca y llegué a tener 80 vacas”, dijo y esa fue la oportunidad de preguntarle sobre la acción del fuego sobre el delta y por el porqué de la diferencia. “De julio y de abril, de a caballo salíamos a prender para quemar la pastura y ahora se quejan de ese humo”, dijo en medio de uno de los días de fuego arrasante. Está claro que en tiempos de Antonio el ecosistema estaba sano y los humedales obedecían el comportamiento del clima. “Siempre se quemó, se prendía para que vengan las pasturas”, indica como buen chacarero insular.

A la hora de remembrar los momentos más felices de su vida, no duda: “Fah, qué lindo sería volver a la isla, cuando estaba toda la noche despierto, era lo mejor que había, cuando me veo en la isla”.
Allí sobrevino la pausa, la salud le jugó una mala pasada: “Estaba sacando miel con mi señora y me fui. Cuando me viene a la mente esa siesta me acuerdo que cuando quise levantarme tenía una descompostura tremenda. Me quedé sentado afuera y mi mujer me echó un poco de agua”, dice sobre Angélica, que se asustó y logró traerlo hasta San Pedro donde detectaron que sufría del corazón.

Le habían dicho que ya no podría volver a trabajar, tenía setenta años. No se dio por vencido y hasta la cuchara de albañil empuñó en casa de vecinos y acompañado por hijos y nietos, que ese domingo de su cumpleaños asistieron a la fiesta con la mesa bien servida. Hasta allí, llegó caminando ayudado apenas por su bastón. Un barquito de papel navegaba en cada plato. Salvavidas decoraban el salón, y un par de remos, para seguir remando.

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