Son varios hermanos los longevos. El año pasado fue su hermana, hoy en el Día del Niño le tocó a él celebrar el centenario de su nacimiento.
Sin Galera fue con Juanita y Rafael a visitar la casa donde vive junto su familia. Dueño de una memoria sin baches, Antonio se animó a repasar los mejores momentos de su vida. “Prender fuego, una pavada”, dijo respecto a los tiempos en que los humedales convivían sin disputas con la mano y la alimentación del hombre.
Llegamos a Manuel Iglesias 855, allí detrás de la puerta alguien ya estaba con el celular en marcha para registrar la visita. Las fotos y los recuerdos que lo habitan mezclan los tiempos en las tierras que se llevaron las inundaciones y las tareas que lo muestran “pala en mano”, adapándose a cualquier tarea aunque la salud haya querido golpearlo duro.

Arranca con el relato y cuenta que desde los dos a los setenta años, los vaivenes lo encontraron con sus hermanos y hermanas. “Nos quedamos en la isla. Ver los animales, las gallinas, todo para comer nosotros y si era necesario venía al pueblo, y se vendía la leña y traíamos para el pueblo”. Para cada inundación se preparaba en diversas tareas; albañil o peón de campo, cualquier tarea venía bien para soñar con volver cuando bajara el agua.
“La isla era como una chacra, porque era la mejor y en la que había de todo y todos trabajando. Después que me casé y volví después de una creciente. Ahí trabajé por Gobernador Castro, en una estancia de Laiz”. Entre las tantas producciones recuerda también los viñedos y el día en que su pade le regaló una vaca.

“Mi papá me regaló cuando estaba con ellos una vaca y llegué a tener 80 vacas” y esa fue la oportunidad de preguntarle sobre la acción del fuego sobre el delta y por el por qué de la diferencia. “De julio y de abril, de a caballo salíamos a prender para quemar la pastura y ahora se quejan de ese de humo”, dijo en medio de uno de los días de fuego arrasante. Está claro que en tiempos de Antonio el ecosistema estaba sano y los humedales obedecían el comportamiento del clima.
“Siempre se quemó, se prendía para que para que vengan las pasturas porque es parte de la ley”, indica como buen chacarero insular.

A la hora de remembrar los momentos más felices de su vida, no duda: “Fah, qué lindo sería volver a tener cuando estaba toda la noche despierto, era lo mejor que había, cuando me veo en la isla”.
Allí sobrevino la pausa, la salud le jugó una mala pasada: “Estaba sacando miel con mi señora y me fuí cuando me viene a la mente esa siesta me acuerdo que cuando quise levantarme tenía una descompostura tremenda. Me quedé sentado afuera y mi mujer me echó un poco de agua”, dice sobre Angélica que se asustó y logró traerlo hasta San Pedro donde detectaron que sufría del corazón.
Le habían dicho que ya no podría volver a trabajar, tenia setenta años. No se dio por vencido y hasta la cuchara de albañil empuñó en casa de vecinos y acompañado por hijos y nietos que este domingo asisten a la fiesta con la mesa bien servida.
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