Lechiguanas: Los incendios y el drama de los pobladores isleños asediados por los dueños de la tierra
La Opinión registra hoy el archivo del momento en que "los incendios" que se transformaron en ecocidIos comenzaron a cobrar notoriedad. Tras una accidente múltilple que costó muchas vidas en la ruta, los periodistas llegaron a las islas para corroborar las maniobras de los hermanos Gualtieri.
El archivo es incontrastable y de este no se vuelve. Así como, hasta nuestros días, el drama de los incendios en Las Lechiguanas es persistente, cíclico cada año, y de consecuencias graves para la población aledaña del norte de la provincia, para los isleños es aún más dramático.
Si esas partículas en suspensión, nocivas y contaminantes, repercuten en la salud de los urbanos, es fácil imaginarse el padecimiento de los pobladores del lugar, que ya supieron hacer una demostración acabada de una tolerancia “sufrida” a estos severos azotes que algunas manos iniciaron.
Un documento de abril de 2008, del entonces diario “Crítica de la Argentina”, propiedad de Jorge Lanata, recuerda el punto de partida de estos hechos en aquellos días, siendo los más álgidos en esta década y media.
Centrado en la familia Cardozo, como los Cáceres y los Carnero, el texto describe la lucha de padres e hijos para evitar que su rancho fuera consumido por las llamas.
Pero también, como un complemento inesperado e indignante, resalta que estos pobladores “no son sólo víctimas del fuego. Su tierra es tierra caliente en varios sentidos” y destaca el asedio al que fueron sometidos mientras miraban de reojo si el fuego avanzaba hacia sus viviendas.
Es que, por entonces, gran parte de las 300 mil hectáreas de Las Lechiguanas, el paraíso terrenal que tenemos frente a San Pedro, habían sido vendidas a la empresa agropecuaria Deltagro S.A., propiedad del grupo Gualtieri. El mismo que supo demostrar una habilidad inusitada a la hora de ganar licitaciones de obras públicas en la provincia de Buenos Aires, durante el gobierno de Eduardo Duhalde.
Los hermanos Salvador y Victorio Gualtieri se hicieron de este sector insular en 1999, y se recuerda que operaba desde el puerto de San Pedro, donde cargaban maquinarias de gran porte, algunas anfibias.

“Luego comenzaron un plan expansivo de acopio que consiste en operar sobre los pobladores locales, haciéndolos firmar comodatos y cesiones de las parcelas que ocupan desde siempre”, describió “Crítica”, munido de datos que, por entonces, La Opinión venía denunciando sobre el asedio a los indefensos habitantes de varias décadas en esta zona.
“Consideran que ellos son los dueños de la tierra, donde proyectan una megaexplotación ganadera, y que sus campos están intrusados por esta gente que vive allí desde hace varias generaciones”, describió el periodista Gonzalo Sánchez.
“A pocos metros de cada casa, empleados de la firma estacaron carteles con la leyenda definitiva: Propiedad Privada Deltagro SA”, aportó Sánchez, y detrás el testimonio de Rosalía, una madre de 16 hijos, que contó cómo le hicieron firmar un documento, porque “tenía que hacerlo para que no haya problemas con la tierra”.
Con el paso de los días, Rosalía y el resto de los acosados isleños se percataron que “era como darles todo lo nuestro a ellos. Pero imagínese que no podemos irnos de acá. Ni con el humo podemos irnos de acá”, expresó. Tampoco lo hicieron ante una gran inundación. Nada es un obstáculo para abandonar su hábitat, que evidencia su idiosincrasia plena.
El “modus operandi” empresarial era marcar presencia con un abogado, quien sostenía que Gualtieri era dueño de la tierra donde vive esa gente.
–¿Quiere decir que compró con las familias adentro?, preguntó Sánchez.
–Los títulos de dominio dicen que los campos se entregaban libre de ocupantes, respondió el abogado.
–Pero esa gente nació ahí, trató de hacer reflexionar el periodista.
–Tiene que demostrar que hace 20 años que están ahí. Si hay gente que vive en forma irregular yo los tengo que desalojar. Pero mientras tanto, los hago firmar un comodato y hasta les permito tener sus animales, fue el salvataje del apoderado de la empresa.
Es decir, había que documentarle la veracidad de su estadía de antaño, cuando lo único que tenían para mostrar era el cuero de un carpincho o una yarará secados al sol y que guardaron como trofeo de otra época. Otros hicieron negocios directamente.
Además, sabían que no eran dueños ni de extensiones mínimas de terreno. Si algo caracteriza a los isleños es que residen sobre la costa y sobre los terraplenes construidos por capitales estadounidenses en la década del 60.
Con el tiempo la embestida se aplacó. Tal vez notaron de que estas familias no influían en sus proyectos pomposos, una explotación agropecuaria propicia por el bajo costo arrendatario de las tierras.
Quién más podría hacerlo que los Gualtieri.
Los nativos de aquí, desde el primer día, tienen trazada su vida hasta la eternidad: solo saben, con creces, subsistir para alimentar a sus familias con lo que les da el río y la naturaleza. Nada más.
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