Te conocí un día de abril, en medio de toda mi expectativa laboral en ese primer día de ese nuevo trabajo; pronto descubrí que nuestras expectativas eran las mismas. Cálida, sonriente, generosa fuiste conmigo durante ese día de presentaciones; de hecho, con quien más compartí ese tiempo.
Y fue así de ahí en adelante. Nuestros almuerzos marcados siempre por las preocupaciones laborales, las miradas cómplices y el entendimiento y la conexión instantánea. El compañerismo, la lealtad incondicional, todo eso que te definía y nos potenciaba. Como también te distinguía esa sonrisa única, que te permitías, en medio del caos.
Fuiste para mí como esos amores (porque el amor es trascendental y no reconoce estructuras) que no están determinados por el tiempo transcurrido sino por la intensidad de su fuerza. Y no pasó mucho tiempo, quizás muy poco, para que me hicieras sentir que fuiste de las mejores personas que conocí en años; de una humildad, sencillez, transparencia y bondad absoluta. Con una ética y moral no sólo profesional sino humana.
Diste mucho por tu profesión siempre vinculada al compromiso con el otro. Esa eras vos, sin duda, comprometida, exigente (muy exigente), responsable, luchadora, emprendedora, brillante por donde se te mirara.
Tu actitud frente a las circunstancias, incluso las menos gratas, era de admirar. Siempre trataste al resto como igual, con respeto y códigos, incluso con quienes quizás no se hubieran merecido tales actitudes. Pero así eras vos, y también me enseñaste mucho, muchísimo. Conocer a tus viejos me confirmó que uno es lo que recibe, lo que incorpora, lo que te dan.
Y así te llevo conmigo, a través de tu entrega al otro, en sus formas más puras y desinteresadas. Tu responsabilidad extrema con todo lo que te apasionaba, como el trabajo, los amigos, la familia, los marginados, la vida misma.
Te extrañé y te extraño, mucho todavía. Dejaste un vacío en un espacio físico pero un inmenso lugar en nuestros recuerdos y corazones. La ausencia es algo a lo que uno no se puede habituar ni deja de doler nunca, pero también nos dejaste tu impronta. Quienes tuvimos el honor de conocerte, quedamos marcados para siempre. Por eso estoy segura que tu alma, tan pura y trascendental, será siempre una guía en el transcurso de esta lucha diaria.
Quedaron tantas cosas pendientes, y eso siento, que vivimos mucho en poco tiempo pero te me fuiste demasiado rápido. Como dije y creo y me continúo preguntando, ¿no sé por qué Dios se lleva a los mejores? Y quiero creer en que habrá un motivo para ello, porque vos eras especial y quizás por eso ya no estés físicamente entre nosotros, aunque te tengamos presente cada día de nuestras vidas, hasta el final.
Que descanses en paz compañera de la vida, compañera de lucha contra las miserias humanas, compañera de idealismos, de dedicación por lo que hacíamos y de todo eso que nos unía, como la pasión por las cosas buenas, importantes pero simples que nos regalaba diariamente la vida.
Albertina Doré
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