Pesca o depredación: hay mucho para controlar y concientizar sobre el río Paraná
El curso inferior del río Paraná cambió hace décadas. Ya no se aprecia la presencia masiva ni el tamaño de peces de las especies autóctonas. El accionar de la industria frigorífica pesquera entrerriana hizo estragos en la fauna ictícola y esas consecuencias se pagan. Decían que necesitaban el sábalo, pero arrasaban con todo. En las últimas semanas hubo debate.
La aparición de ejemplares de surubíes continúa en jurisdicción de San Pedro. Si bien provoca un gran entusiasmo en quienes capturan esta especie o algún dorado de dimensiones pocas veces vista en la ribera, repone el debate sobre el futuro de la riqueza ictícola del río Paraná.
Aunque no se puede responsabilizar de la escasez de peces a quienes desde la orilla los pescan, mayormente surubíes inferiores a 10 kilos, conocidos como “cachorros”, hay que tener en cuenta que ello forma parte de la pesca deportiva y en otras zonas del Litoral Mesopotámico obligan a retornarlos al curso de agua por las dimensiones minúsculas.
Un surubí recién alcanza los 97 centímetros de longitud a los 8 años, y es aquí cuando está en condiciones de desovar para reproducir.
En el Paraná Inferior, tramo de la provincia de Buenos Aires, no se percibe conciencia sobre la preservación de peces en sus diferentes variedades (la excepción son los guías de pesca que obligan a devolver al río los pequeños ejemplares). Tampoco existe una política estatal que imponga las normativas.
Diferente es cómo se conducen en Santa Fe que, por citar un ejemplo, establece vedas (entre el 1º de noviembre y el 31 de diciembre) para la captura, acopio, transporte y comercialización. Y también dimensiones mínimas, o la prohibición, como sucede en Corrientes.

Al alimentarse del “pez más chico”, la cría del sábalo —que se multiplica notablemente— es ideal para el mantenimiento del equilibrio biológico. Desova cientos de huevos, que luego en etapa de crecimiento pasan a ser la principal presa.
Pero la depredación que padece el Paraná en la zona data de casi 40 años. Muy lejos quedamos de atrapar surubíes de 30 kilos en los muelles del puerto o un manguruyú monstruoso de casi 200 kilos en el Paraná, como hace seis décadas. Tampoco surgen las bogas que muchos aguardaban para Semana Santa, que exigían que sea de 6 kilos porque una de 4 kilos “era chica”.
El primer cuestionamiento surgió con la aparición de los frigoríficos existentes en el sur entrerriano. Con la excusa de capturar al sábalo, con las redes de quienes trabajaban tercerizados para estas empresas, arrasaban con todo. No importaba si no se trataba de una especie con escamas, según sus objetivos.
Fue motivo de quejas hasta de intendentes y de escasos compromisos de la Prefectura Naval Argentina en la preservación. En San Pedro aún se recuerda la actitud aislada del oficial Pisani. que pasó por la dependencia local, quien en varias ocasiones salió a buscar a los “depredadores” que devastaban en los arroyos interiores de Las Lechiguanas, secuestrando redes y mallas.
Estas eran empleadas para “pescar”, que de ninguna manera distinguían un sábado de un dorado, y menos de un patí. En síntesis, “todo bicho en el agua iba a parar a un frigorífico entrerriano”, situados en la zona de las ciudades de Victoria y Diamante.
Tenían como propósito comercial exportar la harina de pescado hacia Brasil. Con los años, después fue el disecado fileteado y más tarde el fresco, directamente.
Después se sumaron otras empresas, pero en Santa Fe: Coronda, Villa Constitución y en inmediaciones a la capital, en Arroyo Leyes.
Y esto no fue todo. Llegaron a verse embarcaciones típicas de la costa atlántica navegando hasta más allá de Rosario: los característicos “barquitos amarillos”, que fueron denunciados como saqueadores.
Los argentinos siempre nos distinguimos por ser protagonistas. En este caso, somos uno de los pocos países que exportamos pescados de agua dulce. Pero de sus cauces naturales, no de criaderos.
La bajante que lleva varios años en el tramo final del Paraná, posiblemente ha modificado el hábitat y con ello los espacios para la cría natural de las especies y su deambular.
Indudablemente, como indican algunos expertos, los controles en las empresas deberían existir. Y en un ambiente poco propicio como el actual, se impondría la regulación en la pesca comercial ante el deterioro del recurso natural que persiste, y seguramente persistirá, de no generarse conciencia sobre la necesidad de proteger al río y su riqueza.
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