Y otra vez los inspectores de tránsito son noticia… Lo son, porque acá hay un damnificado que se expresa.
En la madrugada del lunes, donde pocos transitan, (y otros transitan y duermen) ocurrió lo siguiente: yendo por la calle Belgrano se ve en el espejo retrovisor la preciosa luz de los “Ases del Volante” (léase Inspectores de transito, y trate de no recordar la reputación de los mismos), acelerando como quien persigue un billete que le vuela el viento (la metáfora es exacta). Luego de doblar en la calle Ayacucho, me estaciono y la escena es conocida:
“Bájese. Papeles. Usted iba muy rápido. Se le va a labrar un acta”, etc.
“Inspector, ¿cuánto es la máxima en calle?”
“… ( El silencio es textual). Venia rápido, y punto”.
“¿Cómo puede usted certificar, en caso de que sea cierto?”.
La calle era un desierto. Nadie en las veredas. Encima uno no puede quejarse demasiado, porque sino, además de escribir el acta, “te terminan escribiendo hasta en la espalda”, tal cual dijo el inspector. Parece que las violaciones de las leyes están a la libre imaginación de los señores de gris.
Pasó el tiempo. Vinieron los sermones. Estaban haciendo tiempo… El tiempo es oro… Bueh…
Ahí nomás aparece un Chevrolet Corsa con su conductor. Lo detienen, y le hace firmar el punto cinco del acta de infracción: nombre y domicilio de los testigos. ¿Cómo puede esa persona firmar sin haber sido testigo de nada? ¿Tuvo que negarse a la autoridad, o “colaborar”?
Tan falso fue el testimonio que, pasada una hora, lo cruzo y él mismo me confiesa haber dado cualquier identidad y dirección, aun habiéndole aclarado a los inspectores que no quería tener problemas por ello, ni declarar al respecto. ¡Vaya testimonio certero!
El final, más interesante todavía, es una persona que se acerca, que es testigo… de que quien testifica sobre la multa… ¡es falso!
Aplausos, señores… ¡Telón!
Firma y sella el acta: Diego A. Belesi. Inspector Municipal. Y con lapicera, nomás: Gómez Gustavo.
Al Lector: habrá que quejarse, y hacer público cuando somos asaltados. Para que empiece a avergonzarles, en un futuro.
Juan Andrés Corvalán. 32.957.492
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