Silvana Morales: otra profesional, “soldado de la pandemia”, apartada de su cargo
La médica pediatra era la única profesional del sistema público que coordinaba la administración de dosis en el vacunatorio. La versión oficial sobre su cansancio o necesidad de vacaciones se derrumba frente a las prácticas autoritarias y de ocultamiento sobre la llegada y aplicación de las vacunas contra el Covid.
EDITORIAL, por Lilí Berardi
El esfuerzo por dibujar un nuevo cargo o apuntarle “problemas personales y cansancio” fueron vanos. Otra vez, la carrera por la interna política desmedida se cargó a una empleada del sistema público de salud que trabajó desde el primero día de la pandemia al servicio de la población.
La pediatra, Silvana Morales, responsable profesional -era la médica a cargo- del vacunatorio que administra las dosis destinadas a los ciudadanos sampedrinos; la única que podía evaluar en el territorio si un paciente estaba apto o debía ser prioritario para la vacuna fue derrotada dos veces; primero por un “turnero”, después por la crisis que se desató puertas adentro del reducto que el gobierno de la provincia le otorgó a los dirigente de La Cámpora para becarlos primero y manejar la campaña electoral después.
Siempre con “la cantinela” de la estigmatización o la persecución política, lograron imponer las normas del silencio sobre medio centenar de personas designadas “a dedo”, con puestos de trabajo que ya se transformaron en derechos inviolables. Para sorpresa de los ciudadanos y en el transcurso de un año desparejo respecto a la intensidad de la tarea, ya tienen personal de vacaciones en plena exigencia del Pase Sanitaro Obligatorio que, como se sabe, requiere el esquema de vacunación de dos dosis a cualquier abuelo que necesite hacer un trámite o a un adolescente que se apreste a preparar su viaje de egresados. Quién bien planifica su recurso humano para los momentos de necesidad y urgencia otorga licencias en temporada baja. Por ejemplo, durante los meses en los que las vacunas escaseaban y no en pleno brote cuando se sabe que se necesitarán refuerzos. En esa perversa lógica de la administración pública también abrevan funcionarios y concejales recién asumidos cuyo enero es un horizonte y no un período de planificación para el año que se avecina.

Desde marzo de 2021, cuando la lección de 2020 estaba aprendida, la soberbia se llevó las estadísticas y la vida de 181 de los 243 vecinos que contabiliza el sector público como fallecidos por o con Covid. Eso, sin contar los “traspapelados” o los que pudieron pasar desapercibidos al calor de la campaña electoral como aquella pobre mujer que estuvo unas cuantas horas desaparecida en el geriátrico de Santa Lucía, sin que nadie advirtiera su ausencia y que tras ser trasladada al Hospital de San Pedro, falleció a las pocas horas.
También y por qué no decirlo, figurarán en los registros blue, nombres y apellidos de privilegiados inoculados un paso adelante de la fila y los muchos que utilizando recursos del erario público se hicieron su agosto con la decadencia y degradación semicontrolada y monotoreada desde el poder de la Clínica San Pedro.
Son pocos los que se animan a nombrar a los centenares de soldados de la pandemia que cayeron en el campo de una batalla ridícula que utilizó como arma las peores prácticas de la delación interna y el castigo para ocultar los vicios que llegaron para quedarse en el gobierno de Juntos por el Frente de Todos.
El 4 de enero de 2021, encontró un equipo de salud llorando 61 muertos, cuadrillas de seguimiento que trabajaron sin descanso, inspectores municipales y policías que se contagiaron cuidando a los demás, funcionario que funcionaron durante los días mas duros de aquel invierno en el que el miedo se afincó en cada hogar que esperaba que llegara el atardecer para escuchar el informe diario que en presencia del periodismo hacía conjeturas con vacunas que se experimentaban en seres humanos y en distintos rincones del mundo.
Aquel 4 de enero, el personal del hospital aplaudió la apertura de los primeros frascos de Sputnik, los que exprimían para sacar la sexta de las 5 dosis que figuraban como contenido para comenzar a llevarlas a todo el personal de riesgo. Ese día, también se vacunó quien hoy es el intendente interino de la ciudad: Ramón Salazar para aventar la campaña de los antivacunas que calificaban a las inmunizaciones rusas como veneno.

Entre los más entusiasmados estaban los médicos cuyos apellidos todos aprendimos de memoria: Urrutia, Doldan, Perroud, Sayago, Schiaffino, Scorcelli; los bioquímicos Spotti y sus becarias; el veterinario Saverio Gutierrez y su ayudante y llevador de cubeteras: Heriberto de la Fuente. La lista “incompleta” porque es una nota siempre en construcción está para ser ampliada con todos los nombres de aquellos combatientes caídos a merced del estropicio que provocó la llegada del plan siniestro de hacer de la vacuna una herramienta de campaña para las elecciones. Allí también estaba Silvana Morales, la ex Jefa de Pediatría del Hospital y ex Coordinadora de Centros de Salud. Como profesional y empleada, no era parte de los títulos en los medios, pero quienes la conocen saben de su honestidad, compromiso y entrega. Entre los motivos de su separación del vacunatorio también adujeron que “recibía muchas consultas en su celular”. Vaya paradoja, puesto que nadie escribe un whapp si no tiene certeza que al menos desde el otro lado alguien le dirá “esperá unos días o tomá un paracetamol” tras haber recibido su dosis.
Morales manejaba el auto donde a una compañera enfermera vacunada le tocó ser la angustiada portadora de la cepa británica; tardó tiempo en recuperarse de esa situación que las angustió por ser el nexo en una familia que perdió a uno de sus miembros. Estaba sorprendida y temerosa, porque eran tiempos en los que la prueba se rendía a diario y contabilizaba a un hombre y una mujer de la población de riesgo que con estado más que saludable, recibieron la vacuna y fallecieron a los pocos días por razones que nunca se divulgaron. Eran dos personas muy conocidas pero sea por coincidencia o porque había llegado su hora, el deceso forma parte de un registro que algún día saldrá a la luz.
Morales fue la que tildaron de “traidora” cuando se fue al vacunatorio con La Cámpora y sostuvo a Daniel Creus puesto que varios soldados despreciados se habian quedado sin la amada trinchera que les devolvería cierta reparación frente al espanto de ver morir y sufrir a tanta gente a la que no podían ofrecerle más que una última compañía. Esos agentes valiosos, se mostraron en retirada porque durante meses sólo los movió el entusiasmo y los aplausos, no una beca especial que se liquidaba en sus sueldos. Algunos nunca jamás soñaron con vivir esa experiencia dramática de quemar las horas de cada día sin descanso por el colapso que se había desatado en la poco recordada primera ola de cuarentenas mansas y obediencia debida.
Cuando renunció Guillermo Sancho, a Silvana Morales y a otros la desvelaba saber que aquella tarea que habían iniciado podía diluirse en manos de un puñado de chicos bien intencionados y sin experiencia. Quien lea las crónicas de la época, advertirá que la médica se sentó a armar las bases de la administración de un bien escaso y a guardar el silencio que le imponían para poder seguir monitoreando de cerca la eficiencia con la que se organizó la campaña. El funcionamiento del vacunatorio no sólo no recibió críticas sino que a diario se llenaba de agradecimientos y felicitaciones que llegaron como alivio cuando el suministro de AstraZeneca y Sinopharm logró suplir a las rusas.

El personal que no milita, el que simplemente se gana la vida ahí adentro con la profesión sabe, conoce a fondo todo lo sucedido; entiende que el castigo llega para cualquiera que rompa el silencio.
No se puede decir ni cuántas dosis, ni de qué marca, ni cómo llegan, ni dónde van. No se puede decir nada. Eso los sabe muy bien una integrante de la Cruz Roja que fue la primera en ser acusada de “contarle a los medios” la situación que se desató cuando el ex Secretario de Salud, llegó con nueva secretaria y desplazó a la incansable Mariela López. La mujer que desde su misión de colaboradora recorrió kilómetros con viandas, llevó gente en su vehículo particular, atendió el teléfono a cualquier hora y hasta puso de su bolsillo cuando hizo falta alguna extra para las familias alojadas y aisladas en el Tiro Federal. Meses después esa secretaria expres le saldría muy cara al secretario cuando se conocieron sus desplantes y se ventilaron situaciones personales a bordo de una ambulancia misteriosa a la que solo los recovecos de los “derechos de género” protegieron de ser noticia escandalosa.
Después vino el desprecio por las camas e instalaciones del Hospital Privado Sadiv, las tétricas derivaciones a la Clínica San Pedro, la apertura de Andar como centro de atención y el ocultamiento de las fotos que mostraban a los vacunados haciendo “la V”, porque el flujo de entrega de dosis se había detenido por casi dos eternos meses. Vino todo eso y más.
Sobrevino el cansancio de profesionales, ambulancieros, voluntarios, colaboradores y cuando la segunda ola se declaró en retirada hubo tiempo para ir acomodando los freezers y vacunar a ritmo estratégico. Se dieron el lujo de no aprovechar los valiosos datos de quienes se habían aplicado la primer dosis para ofrecerles la segunda y así contrarrestar lo que ahora se conoce como el testeo masivo, como única y extraordinaria decisión de enmienda de los profesionales que desde la última semana de diciembre pronosticaron el brote y revelaron que había 10.000 segundas dosis pendientes para alcanzar una inmunización colectiva adecuada.
Pero… no todos fueron aciertos cuando esa alarma sonó en simultáneo con fiestas, bailes y despedidas. Esta semana este medio confirmó que se habían vencido lotes de vacunas Sputinik y Pfizer. También sumó todas las dosis recibidas y las cuentas, como en otras oportunidades, no dieron bien. Entonces; la culpa fue de los medios que confunden.
Las preguntas, sólo son preguntas y el periodismo se vale de ellas. Qué mejor que preguntar a quienes tienen los datos para que respondan con exactitud lo que la población tiene derecho a saber; sobre todo, la garantía de que nadie agarrará el frasco equivocado cuando también los niños ponen su brazo para lograr inmunizarse y con suerte poder volver a clases en 2022. Entre tanta foto y comunicado diario, nada cuesta un parte del vacunatorio local que dice que “no sabe porque todo lo maneja la provincia” y nos deja con la intriga sobre la diferencia de más de 20 muertos entre los contabilizados en la sala de situación del Ministerio y los reportados localmente. Los datos son datos, luego cada quien podrá interpretarlos.
Este mes que apenas lleva 9 días desde el estreno de año a toda orquesta en fiestas multitudinarias, encontró a los actores en medio del duelo a capa y espada por los contratos cancelados “de compañeros”. Personas que conocemos y que con total certeza jamás deberían haber sido nombrados por sus antecedentes en la función pública y su violencia sistemática en la resolución de conflictos. Frente a ese símil de programa de chimentos farandulescos no tuvieron mejor idea que ocultar y potenciar la desconfianza colectiva. Razonamientos bastante básicos como para no despertar sospechas e intrigas que se solucionan con la vacuna más eficaz, eficiente y efectiva: la verdad.

Lejos de una comunicación oficial o una conferencia de prensa, era mejor cargarse otra víctima. Todas las miradas y sospechas fueron a superar la paciencia y por qué no decirlo, la ingenuidad de una médica que no milita la vacuna, sino que la aplica con criterio a quien debe recibirla; la que avala y es responsable por su título universitario y trayectoria, por ejemplo, de decidir si un menor no está apto por sus antecedentes para determinada marca.
Una médica que pedía adelantar la fila a alguna persona mayor que iba con turno a la misma hilera donde aguardaban los apurados por las fiestas de fin de año o para poder cobrar en los bancos. Una pediatra que sabe distinguir una convulsión de una borrachera. Una mujer que entre sus derechos ostenta el de ser respetada y no desautorizada por chicos que sueñan que son de “la orga” y apenas suena un petardo se cuadran para obedecer y no revolucionar un sistema que requiere de mentes despiertas para que la mansedumbre no siga abonando el terreno de la ignorancia.
Por eso, estas frases francamente destempladas al calor de quienes hemos sido custodios de los datos desde el primer día para dar a conocer fiestas clandestinas, violaciones de aislamientos, contabilización de dosis o simples condolencias y reconocimiento con nombre y apellido a los que se fueron y a los que tuvieron la suerte de superar la situación, llegan hoy para contarle a la población que Silvana Morales no se fue “porque está cansada o tiene problemas”. Fue apartada por sospechosa de haber indicado que se habían terminado las dosis de Sinopharm que son las únicas aptas para inocular a chicos de 3 a 11 años. Fue desplazada porque hay que hacer tronar el escarmiento que silencia a todos y cada uno de los empleados municipales de salud que saben qué sucede puertas adentro y están cansados de ver que los premios llegan a los que no los merecen y los castigos, siempre a los mismos. Muchos bajaron los brazos, otros le siguen poniendo energía y voluntad a ese escandaloso desfile de egos con los que la dirigencia nos sorprende a cada rato.
Morales no es la primera y tal vez no sea la última, pero vendría bien un agradecimiento en reconocimiento a su voluntad de trabajo en todas las circunstancias y bajo todas las gestiones. Sánchez, Pángaro, Barbieri y Salazar supieron y saben quienes son los profesionales que guardan un inclaudicable compromiso con la salud pública y cuáles se sirvieron de sus sueldos para llevarse pacientes al sector privado.
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