Los jóvenes que despertaron para la política en estos últimos años quieren participar. Tomaron conciencia de que, en lugar de ser una mala palabra, la política puede ser la herramienta utilizada por la sociedad para construir un mundo más justo, más humano, más igualitario. O sea, para mejorar la vida y el futuro de los que viven en este rincón del planeta.
No descubrieron la pólvora, apenas sintieron lo lindo que es encontrar un sentido a la vida desde la adolescencia, construyendo sus propios ideales, que los nortearán por el resto de sus vidas. Preocuparse por los otros, asumir un papel transformador en las estructuras caducas que aún tenemos. Tienen que aprender, claro. ¡Pero se aprende a caminar… caminando! ¡Y se aprende a votar… votando!
En el Brasil, el voto optativo para los chicos de 16 a 18 fue establecido en la reforma constitucional de 1988, ¡hace 24 años! Y a cada elección aumenta considerablemente la cantidad de los que votan en esa franja etaria.
Del otro lado de la Cordillera, los adolescentes y jóvenes chilenos están dando una batalla sin cuartel contra el nefasto régimen educativo que tienen. Están enfrentando a los carabineros y siendo apaleados…. Y qué piden: una educación de calidad al alcance de todos. Están luchando por un derecho fundamental, el de la educación.
Frente a este panorama de la juventud latino-americana, sería de enanos mentales restringir la cuestión a meros cálculos electoralistas, sean a favor o en contra.
Es bastardear algo profundo que subyace en este mundo al revés que quiere ponerse derecho. Es no reconocer los cambios profundos de los avances tecnológicos que amplían nuestros horizontes y convierten al globo terráqueo en una gran aldea. Con todos los peligros que ello implica, pero también con la democratización que trae aparejada. Y todo eso influye en nuestros niños y jóvenes, adelantando su proceso de socialización e inserción en el mundo de los adultos.
Pero algo más serio subyace en esa visión perversa de un mundo maniqueista. El argumento de que no “han concluido” su etapa formativa es una falta de respeto a la persona humana, pues confunden instrucción por formación, recepción de conocimientos por construcción de conocimientos, aceptación de valores preestablecidos por elaboración de sus propios principios.
Si la educación es algo dinámico, personal y complejo, demos a nuestros jóvenes la libertad de elegir su camino. Si yerran, los ayudaremos a corregirse. Pero no hay aprendizaje sin errar. Y con seguridad, aprenderán mucho más. Porque no estamos hablando de aprender teoremas o raciocinios científicos, lingüísticos o sociológicos, sino simplemente aprender a ser PERSONAS Y CIUDADANOS DE BIEN.
Respetemos su mundo, no queramos imponerle el nuestro. Y reconozcamos que las fallas de nuestros jóvenes son la consecuencia de las fallas de los adultos. Por error u omisión, que es lo más frecuente. Por la falta de ejemplo, de diálogo, de entrega amorosa.
Acaba de salir una encuesta este domingo hecha a los propios jóvenes sobre este tema. El 57 por ciento de los entrevistados votarían, lo que es un porcentaje altísimo, indicador de una excelente politización. Se confirma que, una vez más, hay chicos que son más maduros que los viejos. Y esa constatación, a varios que estamos en el último tramo del camino, nos llena de alegría, orgullo y satisfacción. Tal vez porque seguimos siendo jóvenes, sin perder la rebeldía jamás, ni la capacidad de indignarnos frente a las injusticias, ni mucho menos la autenticidad de no doblegarnos frente a la hipocresía o falsedad del mundo que nos rodea.
Eduardo Flores
[email protected]
Ads