Tonita, 100 años de aprendizaje, pura vida y sin soledad
Antonia Colom tiene 100 años y los cumplió en plena pandemia aunque no le impidió hacer un festejo pequeño acompañada de su familia.
“La gran Roma / está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió?”, es una de las preguntas del obrero que lee, el célebre poema del alemán Bertolt Brecht. Más cerca y más nuestro, el librero y radialista Román Solsona afirmó que “a los pueblos los hace la gente / los lugares, los mitos vivientes”, en una canción que musicalizó Nico Aulet.
Por eso, La Opinión presentó durante 2020 Pequeñas historias que nos hacen grandes, una serie de retratos de vecinos comunes que con su trabajo cotidiano forjaron su pueblo, dejaron huella en su familia y sus amigos, en sus clientes o en sus compañeros. Esos héroes anónimos, los que ante cada victoria colectiva cocinaron el banquete de los festejos y ante cada fracaso pagaron los platos rotos.
En esta oportunidad, la protagonista es Antonia, una mujer que en plena pandemia cumplió 100 años y vaya si los vivió.
Antonia Colom tiene 100 años. Sí, no es un error: llegó a sus 100 años. Le tocó cumplirlos en plena pandemia pero eso no le impidió, aunque sea algo pequeño, hacer un festejo, acompañada de su familia. Hasta tomaron cerveza y Coca Cola.
Antonia no es muy amante de la bebida, prefiere el mate. La gran celebración que estaba prevista deberá ser para sus 101. Por suerte el aislamiento no la perjudicó en ningún sentido ya que no le gusta salir a pasear: disfruta estar en su casa. Es una mujer fuerte como un roble, solidaria con quien lo necesite, muy charlatana y lo más importante: un gran ejemplo de prudencia y superación.
Toni, Tonita, abuela, como quieran llamarla, ya que no tiene problemas, vive en el barrio Las Canaletas. Nació y se crio en ese arrabal junto a sus siete hermanos. Tres de ellos, lamentablemente, ya no están, al igual que su compañero de vida, Alberto Bruno, alias “Titin”, quien falleció a los 72 años. Fueron 45 años de casados, casi toda una vida.
Fruto de ese amor nació su único hijo, Jorge, quien hasta el día de hoy sigue firme a su lado, acompañándola en cada momento de su vida. Aunque le costó un poco el nacimiento de su hijo, está feliz por la educación y los valores que le dio desde muy chiquito. “Mi marido fue a retarlo al doctor y le dijo: ‘Mire doctor, que no es un animal lo que he traído acá’”, contó, entre carcajadas, Tonita.
También crio a un sobrino de parte de su marido, quien perdió a su madre y estaba muy enfermo. Le dio todo como su fuera un hijo más. Ambos la compensaron con hermosos nietos.
Antonia se educó en la escuela N° 10. Su padre, Antonio Colom, tenía alquilado un campo en inmediaciones de la zona, entonces ella arrancó esa escuela. En la década del 30, todos comenzaron una vida isleña, ya que
su padre había comprado una isla.
Sus hermanas, que ya eran “más finas”, como dice ella, fueron a la N° 1. Si piensan un segundo en dónde queda, por un lado el barrio Las Canaletas y por el otro la escuela N°10, podrán darse cuenta que hay una larga distancia entre los dos lugares. En esa época, andaban a caballo o a pie. No
tenían los mismos recursos con los que contamos hoy en día. Su padre tenía un sulky y una yegüita que era de carrera.

En la isla, tenían animales a pastoril. Todos ayudaban en las tareas. Uno de sus hermanos cortaba
los sauces para hacer leñares, pero Antonia era “más regalona” y no trabajaba. Su hermana todavía se queja porque de hombrear los palos para cargarlos en el camión y venderlos le quedaba dolor. “A mí no me quedó
nada”, dice Antonia. Es fuerte como un roble. Son valores que hoy en día son difíciles de aprender.
“Me lo dijo una gitana”
Antes de conocer al amor de su vida, Antonia tuvo otro novio. Pero no se trató de algo serio. A sus 19 años, se puso de novia con Alberto. Enseguida la llevó a conocer a su familia. Tan grande era ese amor que a sus 22 años se casaron. Un día Antonia se cruzó con una gitana, quien le propuso adivinarle su suerte. Ella accedió. “La calé”, le dijo: “Vos andas de novia con un vecino de por acá, la familia te quiere mucho, te vas a casar, vas a tener hijos, vas a ser muy feliz”. Antonia escuchó todo. Y así fue: fue muy feliz era un compañero muy bueno. La centenaria no se caracteriza por ser muy fan de la tecnología. Internet y redes sociales no utiliza; celular, mucho menos.
Ella dice que estos cositos son un chusmo, porque uno aprieta y enseguida se entera de las cosas
Jorge, su hijo
Pero le gusta mucho conversar. Lo que sí usa es el teléfono fijo para hablar con Antonio, su hermano de 98 años, quien vive en San Pedro y también está “solito”, ya que perdió a su compañera. Los sábados es rutina escuchar a Lilí en la radio, aunque también es fiel oyente de APA. “César de APA me saludaba y me decía Tonita. Me parecía raro”, dijo Antonia en medio de un recuerdo.
De tal palo, tal astilla
Cuando su marido ya tenía edad para trabajar, le ofrecieron un trabajo como capataz en la fábrica de bebidas
Padilla. Como solía juntar los ladrillos de las fábricas y si tenía que levantar una escoba y barrer lo
hacía sin ningún problema, fueron varias veces intentando convencerlo para que aceptara el trabajo pero no
había caso, no quería. Antonia logró convencerlo.
Fue capataz de Padilla, trabajó muy bien y allí se jubiló. Su hijo Jorge se crio en la farmacia Tabares, ubicada en Mitre y Saavedra (actualmente la heladería Gracielita). Su compañero de trabajo era Domingo Bronce. Tenía 12 años cuando Antonia decidió hablar con un familiar de la farmacia para que cuando haya un puesto disponible, lo tengan en cuenta.
A los dos días, lo llamaron. Ella pensaba que todavía era muy chico para empezar a trabajar. Pero aun así, entró, trabajó y se educó con don Tabares, hasta que se jubiló. Luego Jorge consiguió entrar en Papel Prensa. Tenía para darse todos los lujos. Hasta compraba la ropa en la famosa tienda Modart (actualmente allí está el banco Galicia). “Y así se empezó a vestir, a su manera, pero se ganaba la platita”, dijo su madre, orgullosa. Tiene una buena enseñanza.
Siempre activa
La protagonista de esta historia es una mujer audaz, tenaz y con una fortaleza envidiable. Es una persona muy feliz (todos los días le agradece a Dios por eso). Goza de buena salud, actualmente toma sus “pastillas” pero siempre ha sido una persona sana. Nunca fumó y no sabe lo que es la gripe.
Por el paso de los años, relata su historia de vida desde una silla de ruedas. Dice que le “agarró algo”, que no sabe bien por qué, pero eso no le impide seguir viviendo con esa felicidad que la caracteriza. Siempre se ocupó de su jardín. Ahora lo tiene un poco abandonado, pero, asegura, no ve la hora de volver a agarrar la pala.

En su patio tiene Santa Rita, rosas, calas, una planta de naranja amarga que tiene más de 100 años y un horno de barro. Totalmente envidiable (no vamos a poner su dirección, por las dudas). La quinta nunca le faltó. Cuando su marido no tenía trabajo y tenían que comer, iba, sacaba acelga de su huerta y se preparaba unos ricos ravioles.
Una breve pausa para preguntar lo siguiente: ¿Quién no quisiera comer un buen plato de pastas hecho por la abuela? Son esas comidas que se disfrutan desde el primer bocado y se repite el plato unas cuantas veces. Antonia solía cocinar pero Paula, la mujer de su nieto, le lleva la comida todos los días. Dice que no la dejan cocinar. No siente los 100 años. Andando bien, quiere hacer todo.
A veces se subía al techo a ver si había alguna gotera
Jorge, su hijo
La trabajadora e hiperactiva Tonita también sabe tejer y bordar. Tiene fundas y manteles bordados sin utilizar. Recuerda que se sentaba junto a su hermana a bordar y su padre pasaba y les decía: “¿No tienen nada que hacer ustedes?”. Pensaba que estaban ahí sin hacer nada. Ella bordaba su ropa. Antes era así, “para que cuando te casaras tuvieras todo el ajuar preparado”.
Siempre le gustó cuidar. Algunas personas piensan que llegar a los 100 años es imposible. En el archipiélago de coral en Okinawa, Japón, el 80 por ciento de los ancianos que viven allí gozan de una salud envidiable que les permite vivir solos. La respuesta es esa: para Antonia, lo importante es tener buen carácter. El buen humor la ha ayudado estos últimos años, sostuvo.
“Yo tenía vecinos que cuando estaban enfermos les llevaba un plato de comida. Tenía una amiga que se reía porque tenía la costumbre de que si estaban enfermos, yo iba y les preguntaba si necesitaban que haga algo. Una vez, la enferma me hace una seña. Había una silla. Estaba llena de ropa para planchar. Después me tenía a las risas y me decía: vaya a pasear, a ver si tiene algo para hacer”, contó Antonia entre risas, pero con
un poco de indignación.
Las buenas acciones, los buenos hábitos y las buenas enseñanzas son el camino a seguir para tener una buena, sana y exitosa vida, y llegar a los 100 años y más, como la gran Antonia.
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