Cada vez me convenzo más de que lo superestructural corre por la superficie, y las cosas profundas por bajo la tierra.
Así venimos a saber ahora que en el pontificado del Papa “pop” Juan Pablo II se fue tejiendo en el Vaticano una maraña de “politiquería clerical” donde la lucha por el poder, secretos de alcoba y manejos bancarios oscuros fueron siempre protegidos, escondidos, ignorados. Roma volvió a ser monarquía absoluta, ignorando el principio de colegialidad del Vaticano II. En la práctica, manipuló al rolete e ignoró las realidades locales.
Vino Benedicto, que en lo teológico-moral era ultraconservador, pero que no estaba preocupado con los holofotes como su antecesor, constató el despelote e intentó actuar. Pero, cansado por los años, se dio cuenta que era necesario alguien más joven, dispuesto a “limpiar” la casa y tornarla más presentable. Nos sorprendió y nos dio el ejemplo de humildad y desapego al poder, algo impensable en el polaco.
Y ahora los Cardenales, casi en su mayoría de mentalidad conservadora, unos “viejos de m…”, como dicen nuestros jóvenes, eligieron a Bergoglio para esa tarea. Se la jugaron por entero, hay que reconocerlo. No sé si conseguirá el objetivo, pero la gente de bien, independiente de credo o religión, lo deseamos de corazón. Al menos, dejar una Iglesia más limpia, y gobernar la Iglesia colegiada y no monárquicamente.
Ya es algo. Pero no nos engañemos sobre la capacidad de estos hombres de interpretar con fe al mundo moderno y sus problemas. Seguirán viendo Satanás donde deberían ver una pluralidad que, si Dios respeta, ellos deberían hacer lo mismo. Van a seguir luchando contra el uso de preservativos, contra el casamiento igualitario, contra la posibilidad de las mujeres decidir o no su maternidad.
Sólo que no se puede remar contra la corriente, y de ahí debe nacer la gran tranquilidad de los que confiamos en la humanidad y su historia, porque confiamos en Dios, Señor de los tiempos. Y seguiremos avanzando en la ampliación de nuestros derechos, en la búsqueda de mayor equidad y justicia y en el respeto a la diversidad. Si ellos no lo entienden y no escuchan, y ni se “aggiornan”, lo lamento por ellos.
No esperemos del Papa Bergoglio cambios fundamentales en la lectura cristiana de los problemas del mundo de hoy, pero esperemos y alegrémonos si sacude el polvo del vetusto aparato clerical, y lo pone al servicio de los pobres. Ya es un paso.
Pero si quiere interferir en nuestras políticas públicas, le diremos al Obispo de Roma que nada tiene que hacer en Argentina. ¡Que se ocupe de su nueva casa, y listo!
Eduardo Flores – DNI 4.685.785
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